Hoy es el día en que todos se obsesionan con medir el éxito o el fracaso. Cómo si pudiera medirse objetivamente. Cómo si no hubiéramos fracasado ya, como país, como sociedad e incluso individualmente.
Y si todo fuera mentira. Esta huelga que no se parece a una huelga, convocada como si fuera unas nupcias, con mucha antelación y casi con petición de confirmación a los padres de la criatura. Una huelga general que parece una huelga particular. Una pantomima en la que gobierno, sindicatos de clase y oposición, una vez más y ya he perdido la cuenta de cuántas, no saben ni pueden estar a la altura de lo que demandan los ciudadanos. Cultivan y alimentan la desafección y luego se lamentan, pero ninguno de ellos engrosa la lista del desempleo o guarda turno en la fila de los desheredados, ninguno padece la angustia de la incertidumbre económica, ninguno tendrá que abandonar la casa por embargo o por no poder afrontar el alquiler como tantos jóvenes obligados ahora a regresar al domicilio familiar y gracias.
Dicen que se acabó la fiesta y ahora toca pagar. Algunos lo hacen a desgana, y sin problema; pero la mayoría entre subsidios, recortes del salario a tanto por ciento, subida de impuestos y falta de laboro dudan de aquello del que aprieta y no ahoga. Se vive con el miedo en el cuerpo por la amenaza de perder empleo, vivienda… aquello que se consideraba un derecho y que de repente descubrimos un privilegio. Trabajar para pagar. Y en el horizonte, una reforma laboral que se asemeja a una lapida.
Todos somos culpables. Pero unos más que otros. Abrazamos el sueño de El Dorado, en su versión dinero fácil y barato. Consuma y sea feliz. Nos entregamos al capitalismo y éste, disfrazado de gallina de huevos de oro, ha dejado de poner y nos ha devorado como Saturno a sus hijos. Explotó la burbuja, descubrimos que las hipotecas además de usura también eran basura y ni siquiera hemos sido capaces de matar a la gallina para hacer pepitoria; y en lugar de sacrificarla, vamos en su auxilio con el dinero público. Al rescate de la gallina, sin pensar en los polluelos.
Y aún así la preocupación es medir el éxito o el fracaso. Se pueden contar las veces que uno cae y aquellas en que logra levantarse. Se puede recordar el dolor al apretar los dientes y las uñas clavándose en las palmas de la mano. Pero más allá de ese pretendido éxito o fracaso y de su improbable medición, me parece una cuestión de supervivencia.
Hoy me he borrado. No me cuenten que no estoy. No me midan en términos de éxito o fracaso. No me busquen como cómplice del apoyo o del rechazo. Soy un hombre sin fe; el gato que labra su propia esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario