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miércoles, 5 de noviembre de 2014

La carne más barata del mercado

La autoría de la frase no me corresponde, pero la suscribiría sin dudarlo. Me la comentó un profesor universitario al que se la había referido un catedrático de su universidad y que al parecer la utiliza de forma recurrente. No tiene caducidad y de hecho, es innegable su actualidad.
Más o menos viene a ser ésta: "La carne de pollo no es la más barata que se puede comprar en el mercado; la más barata sigue siendo la carne humana". A lo que yo añado que además la carne de los vivos es más barata que la de los muertos.
Habrá quien diga que hay quien se vende caro, muy caro. Lo cual es opinable en función de lo ofertado y su tasación en el mercado, que oscila entre el plato de lentejas y las 30 monedas de plata; pero que viene a confirmar que a priori todo es cuestión de precio.
Decía mi abuela materna, "dale un carguillo a Juanillo y verás como es Juanillo". Imagino que antes Juanillo sería como ahora, una persona carente de dignidad y corrompida, en lo tangible y en lo intangible, dispuesta a cualquier cosa con tal de mantener un estatus.
Ignoro si entonces habría muchos juanillos. Ahora son multitud. O al menos dan esa sensación. A diestra y siniestra. Cínicos y descarados. Expuestos en el mostrador a la espera del primer comprador. No es carne de primera, más bien de desecho; pero el que compra sabe de antemano lo que busca y lo que va a encontrar. Y más que el contenido, le interesa el envoltorio.
Mientras, en la pescadería, los pescados esperan con la boca abierta y los ojos brillantes. Inertes, conscientes de que el final es ser devorados. Es obvio, previamente habían mordido el anzuelo o caído en la red.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los otros amantes

Hay otros amantes. Los que se buscan en la mirada como preámbulo para encontrarse en sus bocas. Los que recorren la piel sin prisa, esbozando los trazos de las espirales del placer.
Aquellos que dibujan en esa misma piel senderos de ida y vuelta para hacer brotar manantiales y transformarlos en embravecidos mares. Cuando los muslos son puertos donde atracan los cuerpos y la carne es posada para las caricias diestras. El horizonte es el otro y no hay distancia porque los dos son uno.
La música de fondo son el susurro entrecortado y las palabras gemidas que no necesitan traducción para ser entendidas. Las mismas palabras que enmudecen por la presión de los labios y se pierden entre las lenguas y la saliva.
Los besos acortan el espacio y el tiempo lo marca el ritmo de las caderas en cada envite, que caprichosas adelantan o atrasan como las manecillas del reloj. Desprovistos espacio y tiempo de valor, los amantes son dueños de sus certezas, ajenos a lo provisional y lo innecesario de las mismas entre las cuatros paredes.
Esperan revivir la primera vez, aquella en la que no hay lugar para la rutina. Y ansían el nuevo encuentro, para calmar la adicción incrementada por la espera. En la despedida, al cruzarse de nuevo las miradas, sienten el miedo alimentado por la duda de haber gozado del otro por última vez.