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viernes, 4 de mayo de 2012

Traficantes de palabras

Cuando se habla de traficar la persona que escucha o lee activa un mecanismo de forma consciente o inconsciente que la pone en guardia respecto a quien habla o escribe y a la par alerta sus prejuicios, identificando automáticamente ese tráfico con algo sucio, ilegal y pernicioso.
La escritora Carmen Riera, que ocupa el Sillón n de la Real Academia de la Lengua, confiesa ser una “traficante de palabras” (El País, 30 de abril de 2012).  Una confesión que sin duda alberga una dosis de osadía y otra de provocación y que en una sociedad como la actual marcada por los recortes en cualquier ámbito, incluidos los valores éticos, causa más temor y rechazo que una declaración pública de dedicarse al tráfico de capitales, drogas o armas.
Y por si esa confesión abierta de la escritora no bastara para despertar sospechas, afirma también que "Lo que no te da la vida te lo dan los libros, sobre todo si los escribes. Vives y piensas en dos vidas, la tuya y la del libro". Es decir, que al tabú de las palabras une otros elementos sospechosos como los libros y conceptos tan preocupantes y peligrosos como vivir, pensar y escribir.
Una actitud a todas luces beligerante y merecedora de una tipificación legal acorde, que la equipare al menos con la persecución legal a la protesta pública pasiva y que garantice el castigo para quienes como Carmen Riera utilicen la palabra sin tapujos, conscientes de sus acepciones y dándoles el uso adecuado; es decir, lo contrario, por ejemplo, de la habitual práctica lingüística del ministro de Hacienda y Administraciones Públicas.  
Para los que rechazan la vida ligada a la capacidad individual de pensar, no existe mayor subversión que la palabra. La que nace de la reflexión y se emplea para argumentar, con la que se construye frente a aquellos que optan por la demolición. Y por tanto, no hay persecución más justificada que la de los camellos de la palabra y alijo más gratificante que un cargamento de palabras puras, sin adulterar y listas para su consumo. Y por supuesto, no hay personas más sospechosas y peligrosas que aquellas que en prosa o verso lanzan como dardos certeros sus palabras.


lunes, 3 de octubre de 2011

Trascender

Dice un amigo que mi blog es trascendente. No lo expresa como un reproche, pero se le sobreentiende el demasiado que no pronuncia. No es mi intención. Y quizás debiera escribir algo más liviano. Pero hay quien voluntaria o involuntariamente busca trascender, de hecho dedica su vida a intentarlo, aunque la mayoría no lo consigue; mientras otros nos castigamos con preguntas. Más bien con la búsqueda de respuestas a esas preguntas.
Y esa búsqueda lleva inevitablemente a la reflexión y a la par se convierte o trata de convertirse en una invitación a otros para que se sumen a esa reflexión. No siempre se consigue, de hecho el que escribe se sumerge en sus propios pensamientos, en sus dudas, en la ausencia de certezas y en ocasiones sus referencias no son compartidas y tampoco hay claridad en la expresión de las ideas o los conceptos; lo que contribuye a cualquier cosa menos a la simplificación.
La hoja en blanco es como el lienzo del pintor, en el que las pinturas son las palabras. Una vez finalizada la obra hay que tratar de contemplarla desde la mirada del pintor, desde eso que denominan su universo creativo, pero es imprescindible mirarla también con los propios ojos y comprender que lo que se ve no es necesariamente lo que el autor quiere transmitir o que las creaciones pueden ser contempladas desde diferentes perspectivas. No varían en la esencia, pero sí en la percepción.
En el callejón lo trascendente es sinónimo de introspectivo, aunque la percepción conduzca a otra apreciación: la necia necesidad de trascender.

lunes, 29 de agosto de 2011

Ladridos

Dicen que el silencio es obligado, o debería serlo, para quien no tiene qué decir. Y sin embargo, rara vez se refugian en él aquellos que estarían mejor callados y sí lo hacen quienes merecen ser escuchados y aquellos otros de los que se espera que no callen.

Es refugio voluntario, al que se acude en ocasiones por la necesidad de la reflexión. En un proceso de búsqueda que no siempre se culmina con éxito. Una travesía que lleva a la orfandad a aquellos habituados a escuchar al que voluntariamente ha callado y que sumido en esa búsqueda permanece ajeno a ese desamparo.

Hasta que se rompe el silencio. Y de nuevo brotan las palabras, sin que en apariencia se conozcan las causas del refugio en el silencio y de su posterior ruptura.

Conocedores sólo de que oír de nuevo al otrora silencioso nos llena de sosiego y de que su voz apaga los ladridos que cada vez con más frecuencia sustituyen a las palabras.