Existen
universos paralelos como vidas que avanzan frente a otras sin llegar a
converger. Territorios inalcanzables e inabarcables, a pesar de que algunos
estiren los brazos y sólo puedan contemplar como los dedos no dan más de sí y
ni siquiera logran rozar levemente esa tierra cuya condición de inalcanzable la
hacen aún más lejana.
Aguas
intransitables que nunca serán surcadas por nave alguna, salvo excepcionalmente
por una nao capitaneada por alguien cuyo horizonte es indescifrable y
cuya carta de navegación carece de origen y destino, a quien secunda una
tripulación de disperso presente e impredecible futuro que ignora si avanza o
retrocede.
Selvas
donde no pisa el hombre y sin embargo guardan una huella indeleble de su paso.
Como un testigo perenne y una puerta abierta a un retorno cuyo único fin es el
saldo de cuentas pretéritas.
Universos
paralelos encerrados entre cuatro paredes, cuya extensión puede sobrepasar la
superficie terrestre y que en ocasiones permanecen presos en la mente de
aquellos que los crearon. Sin opciones de ser compartidos y por tanto, sin
esperanza de ser liberados.
Espacios
donde realidad y sueños cruzan esa línea que conduce a la confusión y lo
percibido sólo adquiere sentido para aquel que busca la complicidad o la
comprensión del resto y sólo desiste de la búsqueda al tornarse turbia la visión.
Y
es en ese instante en que se bajan los párpados como persianas opacas y se
acepta la realidad del paralelismo cuando nace la apetencia por las
tangentes.
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