lunes, 16 de octubre de 2017

Aquel tiempo

Aún se oye la voz en la calle, alejándose para perderse al doblar la esquina y ofertando sonrisas de esas que alegran el día; de esas que llenan la cara y se brindan al paseante con el que se cruzan los pasos. 
También anuncia un resto de sueños que ni se rompen ni se cumplen, pero se sueñan; una mirada limpia, a medio camino entre el suelo y las estrellas, y una retahíla de palabras que necesitan ser pronunciadas y escuchadas para tener utilidad. 
Como un buhonero anda y desanda las calles pregonando su mercancía. Sin fe pero sin perder la esperanza. 
Mira con la curiosidad de un niño y el conocimiento que dan los años, también con el desencanto que le trajo ese mismo tiempo. Ya no le sorprenden ni le asustan las puertas al cerrarse, ni las cortinas ocultando las siluetas en las ventanas. 
Tampoco le intimidan los pasos acelerados a su espalda, ni los rostros hoscos que contempla al avanzar. 
De vez en cuando mete una mano en su bolsillo y acaricia las tapas gastadas de un libro que guarda una historia cuyo recuerdo se desliza entre sus dedos como la arena en un reloj. Es de aquel mismo tiempo que ya pasó. 
No tiene prisa y el rumbo de sus pasos carece de importancia porque ya nadie le espera. Sin embargo, siempre encuentra la ocasión para detenerse en ese lugar desde donde se escuchan las palabras musicalizadas de aquel poeta que tornó en cantante para volver a ser poeta. 
Quizás…, pero ya no importa. Suena tan lejano y tan vacío ahora un quizás. Como hilo extraviado imposible de recuperar y por tanto, incapaz de enhebrar la aguja; ni siquiera la de la memoria. Aquella a la que a pesar de todo nunca ha renunciado, por no habitar la tierra del olvido, por no admitir la derrota o simplemente porque era la única opción para sobrevivir. 
Los rostros, los nombres, las direcciones y las fechas están ahí. Al menos una gran parte de ellos, pero eso ya también carece de importancia. Pertenecen a aquel mismo tiempo. 
Sin apenas darse cuenta, gastando las suelas de los zapatos, desemboca en una de las calles principales. Al pasar junto a un establecimiento se ve reflejado en el escaparate. Y ahí no hay engaño posible, porque se reconoce en este tiempo. 
Lo que daría por poder adquirir su propia mercancía.

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