miércoles, 25 de octubre de 2017

El Día de la Biblioteca

No sé en muchos casos exactamente qué se festeja, pero ya hay día para casi todo y para casi todos. De hecho, cosa que ignoraba hasta hace unos meses, hasta hay un Día del Gato, ¡miau! 
Ayer le tocó el turno a las bibliotecas, era el Día de la Biblioteca. La idea surgió en 1997, a propuesta de la Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil, contó con el apoyo del Ministerio de Cultura y pretendía recordar la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo, incendiada en 1992 durante el conflicto balcánico. Una destrucción de la que dejó constancia con una gran fotografía el no menos grande fotoperiodista Gervasio Sánchez. 
La desaparición de una biblioteca no solo supone la pérdida de un lugar donde conviven personas de distintas edades, variadas curiosidades y variopintas necesidades en torno a los libros, implica también y desgraciadamente la desaparición de numerosos volúmenes, algunos únicos y por tanto irrecuperables, que han alimentado fantasías y conocimiento. 
Inevitablemente asociamos la desaparición de los libros a su quema y muchos guardamos en la retina esas imágenes de grandes fuegos devoradores de libros que eran arrojados a las llamas por defensores de totalitarismos. 
Tampoco puede evitarse en lo concerniente a la quema de libros regresar a las páginas de El Quijote y a su autor Miguel de Cervantes y Saavedra que identificaba a los libros de caballería como el origen de la locura, bendita locura, del ingenioso hidalgo; y al más cercano en el tiempo Pepe Carvalho, esa criatura del desaparecido Manuel Vázquez Montalbán que utilizaba los libros leídos, a los que de esa manera negaba la opción de ser releídos, para encender la chimenea en su casa de Pedralbes. 
No voy a negar que algunos libros me parezcan merecedores de tal fin, pero yo prefiero alimentar el fuego con troncos de madera y acertar en la elección del libro para no desearle acabar en el infierno del que no debía haber salido nunca. Claro que eso no es responsabilidad del libro, siempre es cosa de su autor. 
Los libros son parte de nuestra memoria, individual y colectiva, por lo que de alguna manera las bibliotecas son depositarias de esa memoria. Algunas son espectaculares como nuestra Biblioteca Nacional o la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y otras son más modestas, pero no por ello menos importantes y necesarias porque todas cumplen esa labor de preservar la memoria y conservar la magia que desprenden algunos libros. 
Festejemos pues esos días de todo y para casi todo, porque sin ir más lejos, gatos y bibliotecas, juntos o por separado, nunca serán una mala elección. Como muestra, permítanme esta recomendación de T. S. Eliot, “El libro de los gatos sensatos de la Vieja Zarigüeya”, publicado por Nørdicalibros; seguro que no desentona en cualquier biblioteca.

Foto: Biblioteca de Sarajevo, de Gervasio Sánchez. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario