jueves, 5 de octubre de 2017

Casa Leto

Hay garitos que de una forma u otra haces tuyos. Simplemente porque estás a gusto en ellos. Porque son como un oasis en medio de la urbe. Lugares en los que nunca te sientes extraño, en los que te fundes con los parroquianos como uno más para formar parte de un paisaje cotidiano. Y a los que vuelves, porque actúan como un ancla que te fijan momentáneamente a ellos.
No recuerdo bien la primera vez que entré a Casa Leto, tampoco si era verano o invierno. No he olvidado que entré a tomar un vermut y que repetí; y desde aquel día se convirtió en uno de esos lugares. 
Y vuelvo. Siempre que voy a Barcelona, vuelvo. Y aunque hayan transcurrido meses desde mi última visita, experimento ese “decíamos ayer”, de Fray Luis León, la relatividad del tiempo, su vaguedad. 
Franqueo la puerta, busco con la mirada un barril libre y un taburete para encaramarme a él, dejo el periódico, los móviles y las gafas y me acerco a la barra a pedirle a David o a su chica un vermut. De hecho a ella no necesito ya pedírselo, nada más verme entrar ya me pregunta risueña, ¿un vermut? 
Y ahí, en Casa Leto, el vermut se convirtió este verano en mi particular océano, atrapado en los muros de cristal del vaso, con su iceberg y una aceituna demandando ser rescatada. Un divertimento que me tuvo entretenido un par de semanas a la par que bebía vermut y que sin saberlo también causaba diversión a un buen puñado de amigos que seguían el relato de mis expediciones de salvamento por Facebook. 
Es cierto que en Casa Leto suena más la rumba que el rock, pero ‘nadie es perfecto’, como le decía Osgood Fielding III (Joe E. Brown) a Jack Lemmon en “Con faldas y a lo loco”. Y tanto, el que se iba con Marilyn Monroe era Tony Curtis. Y además, si por ejemplo en Casa Leto sonaran los 091, tendría que quedarme allí y estaría salvando aceitunas del mar de vermut como si fuera un héroe; dipsómano, of course. 
Ignoro cuánto tiempo tardaré en volver, pero sé que eso no es importante. Porque al franquear la puerta sabré que me espera un vermut, caras conocidas, la rumba y uno de esos garitos que he hecho mío sin importarme en que ciudad se halle. Estaré de nuevo en Horta en Casa Leto, un imprescindible.

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