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viernes, 26 de mayo de 2023

El último baile

 
En el último baile apenas caben las miradas y son torpes los pasos. Trazas con el dedo una línea en el suelo y donde ya no cabe una vida suena una vieja melodía. Atrapados en una baldosa mueren los sueños y por un instante, bordeando el precipicio, eres quien nunca alcanzaste a ser. 
Frente al abismo, los hilos están en tus manos, pero desvencijadas las extremidades sólo se vislumbra en el rostro el rictus que alguna vez fue sonrisa. Y como tampoco hay ya lugar para el llanto, sólo cabe mirar al horizonte. 
El atardecer anuncia el mañana, pero también es el preámbulo de noches largas. Y esas veladas que una vez fueron la existencia son hoy apenas una invitación al naufragio. 
En la liturgia de los corazones solitarios nunca tuvo cabida el relato de la redención, tampoco el del arrepentimiento. La única comunión fue con el existir y la resurrección se vivía a diario, tan sólo era necesario poner el pie en el suelo al abandonar la cama. 
Ahora escuchas al trovador como si entonara una plegaria y las cuerdas de la guitarra son un ring en el que estás destinado a besar la lona. Un beso de labios áridos que agita recuerdos y reabre heridas que nunca acaban de cerrar. 
Los hilos se escapan entre los dedos, como antes lo hizo la arena o el agua; incluso la plata. Incapaz de asir nada, dejaste volar las cometas sin pararte un instante a contemplarlas en ese mismo cielo que hoy se oscurece sin siquiera ofrecerte agua. 
Aún así es tu baile. Tu último baile. Ese donde los pasos son torpes y apenas caben las miradas. Ese en el que un susurro al oído te hace creer en que hay esperanza, mientras una vez más buscas la luna entre los hielos del vaso.

martes, 29 de enero de 2019

El brillo del sol

Hoy era uno de esos días que te está esperando para regalarte una sonrisa. No había amanecido y ya brillaba el sol. Vuelven. Nuevas canciones y nuevo disco. Esta vez no era un rumor que nadie acababa de creer, de hecho era un secreto a voces que ellos mismos han querido confirmar. Los Cero entran al estudio a grabar y habrá gira. 
A muchos les parecerá una nueva intrascendente, pero para aquellos que formamos ese pequeño universo al que nos liga la pasión por la banda granadina es un notición. Nos gustan en solitario, con sus proyectos personales, sus bandas y sus temas, pero como más nos gustan es cuando se presentan como 091. Esa comunión de talento que nos llega muy hondo, que nos hace mover los pies y perder la cabeza, un poco al menos. 
Como cuando resucitaron en 2016 para recordarnos dos décadas más tarde que seguíamos ahí, atrapados en sus canciones, pero ahora con la sabiduría que da el tiempo y te hace detenerte en las letras del Maestro para comprender que la juventud se ha quedado en el camino, aunque no hemos perdido la capacidad de soñar. 
Frente al espejo y ante otros ojos somos indiscutiblemente unos puretas, pero el cristal no es capaz ni siquiera fragmentado de reflejar ese interior donde bulle lo que un día fuimos o quisimos ser, donde hay lugar para las cenizas y también para las ascuas. 
No podemos negar o esconder el paso del tiempo, pero es un tiempo ganado. Hemos cambiado, no somos ni mejores ni peores, puede que tampoco en lo esencial seamos diferentes, pero sin duda somos otros. Y ellos también.
En el último concierto de Maniobra de Resurrección, la Maniobra Final, en diciembre de 2016 en un día de lluvia en Granada, ya lo anunció Lapido: “Nos volveremos a encontrar. No sabemos cuándo, ni dónde, pero volverá a brillar el sol”. 
Hoy sabemos cuándo, el dónde es lo de menos y el brillo del sol está en nuestros ojos.

martes, 5 de febrero de 2013

Los Amantes Pasajeros


 
Me cuesta creer que alguien de mi generación conserve virginal la mente. De ser así, y aunque de todo hay, los acontecimientos de tiempos recientes habrán contribuido a acabar con tal estado. Y aún consciente de que el paso del blanco inmaculado al negro poluto es el tránsito natural en estas situaciones, no solo reclamaré una parada en matizados grises, sino que defenderé un itinerario de colores.
Hallo ese estallido cromático en el avance de la nueva película de Almodóvar, “Los amantes pasajeros”, que nos devuelve no a un estado mental virginal 20 o 30 años atrás, pues éramos ya por entonces algo canallas, pero si parte de aquel espíritu canalla, bohemio y despreocupado en un país jovial y alegre en el que estábamos prestos a sonreír.
El tráiler me ha recordado a aquel Almodóvar de sus inicios, posterior a sus albores de “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón” y “Laberinto de pasiones”, que culminaría en “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” y “Mujeres al borde un ataque de nervios” y que ya se apuntaba en “La ley del deseo”, “Matador” y sobre todo en la maravillosa “Entre tinieblas” (recuerdo que fui a verla cuando la estrenaron con mi madre y mi abuela y lo bien que se lo pasó mi abuela, ajena a cualquier incompatibilidad entre sus creencias religiosas y sus misas casi de a diario y la propuesta de Almodóvar. Éramos tres generaciones, casi un siglo, en el patio de butacas de una sala de cine madrileña, ya desparecida como tantas otras).
Nada que ver con aquel otro director de “Kika” o “Tacones lejanos” que me apartó de su cine, al que sólo regresé esporádicamente para disfrutar el corto en blanco y negro de “El hombre menguante” en “Hable con ella” y para descubrir la espléndida interpretación de Penélope Cruz y el regreso de Carmen Maura en “Volver”.
En un país que algunos se empeñan en convertir en una película de terror estamos más que nunca necesitados de la comedia. Demandamos recuperar la sonrisa o dibujar en los labios algo parecido a una sonrisa para intentar reiniciar el camino de la carcajada. Por tierra, mar o aire. Aunque sea fugaz; un espejismo atrapado en un reloj de arena.


sábado, 18 de febrero de 2012

Niña de ojos de luna

A la niña Laura le ha dado su luz la luna. Iluminó su cara pero le ha negado la sonrisa. Y aún así, nunca se ha dado por vencida y ha buscado sonreír. Consciente de que el resultado de la lucha podría obligarla a renunciar a algunos sueños y le impedía alcanzar las estrellas, apostó por vivir y no le dio la espalda a esa pelea.
El viento de la mañana ha traído la mala nueva, placebos para el dolor y la negación de la esperanza. Su desesperanza, que son nuestras lágrimas, aviva el recuerdo de cuando llegó a nuestras vidas; con sus palabras, con sus vivencias del despertar a la vida y su amor a la poesía. Esos materiales con los que levantó su morada en nuestros corazones, cuyas paredes podrán desplomarse, pero cuyos cimientos permanecerán inamovibles.
Llegó la noticia, como todas las malas noticias, de improviso y golpeando en aquellos rincones del ser donde es inútil la defensa y no existe lugar para la resistencia. Andaba yo buscando una cinta para atar el tiempo y evitar su extravío y ahora, daría cualquier cosa por hallar un cordel con el que amarrar su tiempo e impedir que se apague.
Es difícil, casi imposible, no dejarse atrapar por los tentáculos de la tristeza, escapar al dolor y contener la rabia. Pero chiquilla Kaede, de piernas largas y ojos de luna, tú que no alcanzaste las estrellas y ahora te convertirás en una de ellas, no mereces nuestro adiós preñado de dolor y tristeza, mereces partir con nuestra bendición, el mejor de los ánimos y nuestro cariño.
Y saber que la despedida nunca es definitiva, que permanecerás en nuestros corazones hasta que volvamos a encontrarnos en cualquier mar al que nos conduzcan los ríos de la vida, donde nos esperarás tejiendo una red de luz, palabras y poesía.

jueves, 22 de julio de 2010

Antón, el clown

Mi trabajo me ha permitido y me permite conocer a personas a las que probablemente no tendría acceso si me dedicara a otro trabajo. Algunas de esas personas son prescindibles, pero otras pasan a engrosar un álbum o un archivo imaginario que permanece para siempre junto a mí y constituye una parte de mi propia vida.
Ayer conocí a una de esas personas, aunque ha sido hoy cuando realmente hemos conversado y por tanto, hemos abierto la puerta del mutuo conocimiento. Es actor y payaso, aunque él prefiere utilizar el término clown. Es murciano, como mi amigo librillanico Antonio Rodríguez, y se llama Antón Valén.
Les contaré que era sordomudo y que aprendió a hablar. Que no le gusta que le recuerden constantemente que fue uno de los clowns elegidos para participar en el año 2002 en el espectáculo “Alegría”, del Circo del Sol (Cirque du Soleil), y se quedó hasta 2007 tras una exitosa gira mundial, y que tampoco le gusta que le digan que es uno de los mejores payasos del mundo.
Ahora se dedica a enseñar a otros a ser payasos y su empeño es crear una Escuela del Comediante. En esta vida de lágrimas, él apuesta por la risa y por enseñar a otros a reír y a hacer reír. Dice que es un privilegio dar clase, aunque yo creo que los privilegiados son los depositarios de sus enseñanzas.
Hemos hablado de circo, de literatura, de la Iglesia, de ciudades como Murcia, Baeza y Úbeda, de conventos y monasterios, de oficios y artesanos… de cosas sencillas de la vida. Y hablando con él, he recordado que hace algunos años en la ciudad que habito conocí a un joven, preso por trapichear con drogas. Fue a la primera persona que escuché cara a cara expresar con orgullo su condición de payaso. Había aprendido a ser payaso en la Ciudad de los Muchachos. Trabajó en varios circos, pero llegaron los malos tiempos y muchos de esos circos desaparecieron. Perdió su empleo, y la desesperación le llevó al menudeo y éste al talego. Cuando le conocí estaba a punto de cumplir su condena y salir en libertad. Nunca volví a saber de él. Luego el circo recuperó su esplendor y las carpas volvieron a deslizarse por las carreteras y a recortar los cielos de las ciudades. Me gusta pensar que la vida volvió a sonreírle y está en una de esas carpas tras una cara pintada y una nariz roja.
Antón Valén termina mañana de impartir el taller “El actor frente al clown”, en la Escuela de Teatro de la UNIA. Dice que hace 10 años visitó el Palacio de Jabalquinto de Baeza y se dijo que algún día daría clase allí. Lo ha logrado, aunque el privilegiado he sido yo. He conocido a un actor y payaso que va por la vida sin prisa, con la humildad y la sonrisa como tarjeta de presentación, con la convicción de que las cosas vienen cuando uno menos las espera y de que lo único que podemos hacer para lograrlas es dar lo mejor de nosotros mismos y hacerlo con pasión.
A partir de hoy, antes de llamar payaso a alguien, lo pensaré bien.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Samaritanas


Durante las últimas cuatro semanas, de lunes a viernes, ellas han sido y son mi primera conversación del día y además, me traen un café caliente con una sonrisa. Son las samaritanas que dan agua al sediento y alimento al hambriento. Ellas están en ese primer café, en el desayuno, en el almuerzo y en el café con hielo de la sobremesa. Diría que forman parte del paisaje y casi del alimento.
Mariola tiene la mirada triste, pero siempre dispuesta una amplia sonrisa, y Alcázar tiene la mirada clara y guarda otra sonrisa. Casi todas las mañanas las acompaña Maricarmen, de ojos y sonrisa más tímidos, y también más callada.
Sin duda es una buena forma de empezar el día. Aunque en ocasiones, consciente o inconscientemente, no sabemos valorar, apreciar y reconocer a estas personas, que forman parte de nuestra vida cotidiana y la mayoría de las veces nos la hacen más agradable, más llevadera, más fácil…
Esa cotidianeidad, esa rutina hacen que en otros momentos perdamos la perspectiva y nos olvidemos de que esas personas, que están ahí siempre, tienen vida, con sus propios problemas, sus sueños, sus triunfos y sus fracasos.
A veces la asiduidad, el hábito o la frecuencia nos permiten establecer una comunicación entre ambos lados de la barra y descubrir que los anhelos y las cicatrices constituyen el cauce de los ríos de toda existencia. Es entonces, cuando dejamos de mirarnos el ombligo y percibimos esas otras existencias, esas otras aguas del río. La vida. Es en ese momento cuando aprendemos o deberíamos aprender a dar las gracias.