La tempestad no amaina. Anuncia aguaceros en las lunas venideras. El horizonte de 365 nuevos días se ennegrece. Y hasta las palabras parecen frágiles como refugio. Las mismas palabras dormidas en el interior del baúl, que ni embriagan, ni adormecen, pero servían de asidero contra la desesperanza y permitían tender puentes entre islas pobladas por la soledad, se muestran ahora como oscuras nubes: reajustes, recortes...
Y aún así, permanece el sueño de contemplar el arco iris tras la tormenta. De pintar con palabras, algunas que podrían parecer viejas y gastadas pero no por ello inservibles, ese arco iris, que no deja de ser un puente de colores.
No hay bola de cristal para despejar la incertidumbre, ni telescopio lo suficientemente potente para contemplar ese arco iris que espera tras la tormenta, pero siempre queda un caleidoscopio, en el que se fragmentan los sueños para construir con esos fragmentos un mosaico de nuevos sueños.
Palabras y sueños. Quizás parezcan insignificantes ante esos aguaceros que se anuncian, pero son buenos pilares para sustentar el presente y perfilar el futuro de ese año que amanece. Y los mejores deseos para aquellos que intuyen el arco iris tras la tormenta.
Y aún así, permanece el sueño de contemplar el arco iris tras la tormenta. De pintar con palabras, algunas que podrían parecer viejas y gastadas pero no por ello inservibles, ese arco iris, que no deja de ser un puente de colores.
No hay bola de cristal para despejar la incertidumbre, ni telescopio lo suficientemente potente para contemplar ese arco iris que espera tras la tormenta, pero siempre queda un caleidoscopio, en el que se fragmentan los sueños para construir con esos fragmentos un mosaico de nuevos sueños.
Palabras y sueños. Quizás parezcan insignificantes ante esos aguaceros que se anuncian, pero son buenos pilares para sustentar el presente y perfilar el futuro de ese año que amanece. Y los mejores deseos para aquellos que intuyen el arco iris tras la tormenta.