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domingo, 19 de junio de 2016

Cosas del destino

Hace años un amiga comentó que mi convicción en el destino era la negación de Dios. Un Dios con mayúsculas, no un dios menor o cualquier dios. 
No lo dijo exactamente con esas palabras, más bien dijo algo así como que yo afirmaba que todo era obra del destino y por tanto, según ella, Dios era una mierda. Era un clase de Filosofía en el instituto. Y debíamos andar por los 17. 
Los años no han variado esa convicción sobre el destino. Sigo pensando que podemos modificar el camino o la forma de andarlo, pero el principio y el final no varían. 
En ese camino, se vacían y llenan las alforjas. Lo vivido aporta la experiencia y lo estudiado el conocimiento. Y la suma de ambos constituye el aprendizaje. Aunque en estos tiempos surgen teóricos o nuevos gurús que apuestan por desaprender como elemento imprescindible para alcanzar lo contrario. 
Conozco a pocas personas que bastante avanzado ese camino no se hayan planteado cómo hubiera sido su existencia de haber tomado otra decisión en un momento de su vida. 
Y lo curioso, lo que siempre me ha llamado la atención, es que la recreación de esa posible pero inexistente vida tiene que ver más con el envoltorio que con lo envuelto. Se presta más atención a cómo viviríamos que a la persona que seríamos. Es decir que prima la frustración sobre la introspección. 
He recordado esta anécdota al ver hoy en redes sociales una campaña a favor de que no desaparezca la Facultad de Filosofía y Letras. Y eso no es cosa del destino. Eso tiene que ver con el anhelo de aquellos que manejan los hilos de limitar la experiencia y reducir el conocimiento. Porque les va mejor con los inexpertos y los ignorantes. Y les da igual que vayan al frente del rebaño o entre los borregos. 
Creer que el destino está escrito o que un dios escribe con renglones torcidos es una cuestión de convicciones. Pero ser un borrego es una elección; en cualquier rebaño.

viernes, 15 de febrero de 2013

Ojos de serpiente II (Non)

No fue un gran día. Salió cruz. Ahora solo una moneda vuela en el aire, escondiendo en cada giro esa cruz de la nada o la cara de lo finito. En algún lugar se abre una grieta. Hades muestra sus dominios, pero no permite beber en el lago de Lete; ni siquiera un sorbo que borre la pena para mitigar el dolor. El velo del miedo cubre el rostro y su sombra amenaza con apagar la esperanza.
Entran en escena las máscaras. Una, sopla con una sonrisa el aliento de la vida a la criatura; y la otra, le esconde las lágrimas de la herida abierta. El Joker abandona los naipes para dar coartada al crédulo, al convencido de que es el tiempo de los valientes; todo o nada, cuando en realidad se abrió el telón para dejar paso a los que apuestan por desesperación.
Uno. Impar. El vuelo de la moneda emula el giro de la ruleta. Siguen pintando bastos. Los naipes aún desnudos sobre la mesa. Y en la mano abierta se desperezan los dados para mostrar la serpiente tuerta. El destino. La baza tramposa del croupier omnipresente.
La ventana del mundo está abierta, y sin embargo parece entornada, como detenida en el punto intermedio del cierre o la apertura definitivos. Rodeada de espinas, que brotan en el marco.
La moneda gira en el aire. Traza el destino. Oculta la medida del tiempo. Y los dedos se cruzan en busca de la rúbrica que avale la apuesta ganadora: non. La vida frente a la muerte.

lunes, 11 de febrero de 2013

Ojos de serpiente

Hoy podía haber sido un gran día. Depende de las expectativas de cada uno. Yo hace tiempo que me lo tomo con indiferencia gatuna. No me afecta, por ahora, la cuestión de sumar o restar, según la perspectiva, en la alforja de la vida. Tampoco tengo vocación de presentar una candidatura de futuro para que me apliquen el carbono 14 o lo que haya deparado la ciencia.
Así que aún consciente de que no es un día como otro, no le pido grandeza y le agradecería que reserve miserias para otras fechas. Pero en esto, como en otros menesteres, estamos en manos del capricho. Por un lado, el Santo Padre me obsequia con su renuncia, que hubiera sido más sonada si a la par anuncia el desmantelamiento del chiringuito, tan rentable pese a los siglos. Pero por otro, me regala un pesar.
Un aldabonazo para hacerme pensar en lo efímero. En el azar que transforma lo excepcional en habitual. Y nos hacer aceptar como normal aquello que es el mayor don recibido, la vida.
La existencia. Que bien podría ser una moneda lanzada al aire, que cae de un lado u otro, cara o cruz, o queda de canto para regocijo de pronosticadores o de profetas del mal fario. Un vuelo en el aire, donde se dibuja el destino y donde se nos niega la posibilidad de intervenir.
En ese vuelo el tiempo no es real. Puro artificio. Ficción de ¿dioses? ¿ hado? o querencia de mortales. Y la moneda girando hasta caer no establece precio de compra-venta, pero determina como el dedo perverso de un emperador lo que valemos.
Dos criaturas de 6 meses y 500 gramos han abierto la ventana del mundo y esperan la caída de la moneda, la oscilación del pulgar que altera la tasación.
No pedimos localidades, pero nos reservaron asiento en primera fila para contemplar el giro de la moneda, sin que podamos emitir un leve soplido para variar su rumbo y garantizar que saldrá cara. Pintan bastos. Quisiera apostar a pares, pero… la banca gana cuando en la mesa se desnudan los naipes y en tu mano duermen los dados, que al bailar hacen brillar la esperanza en los ojos de serpiente.  

domingo, 1 de abril de 2012

El horizonte

El horizonte era una línea que dividía en desiguales partes el cielo y el suelo. Se contemplaba desde un punto lejano con los ojos abiertos o entreabiertos, para evitar el reflejo del sol o su luz directa de forma que no impidiera su contemplación y no tener que utilizar la mano a modo de visera.
Pero además el horizonte era el futuro. Algo que se contemplaba indistintamente con los ojos abiertos o cerrados. Una imagen que tenía que ver más con el mundo de los sueños que con la realidad, aunque en algunos casos ese sueño acabara convirtiéndose en el presente de los ensoñadores.
Aunque nunca faltó quien creyera en el destino y por tanto, en una existencia predestinada, siempre hubo muchos más que dejaron volar imaginación y deseo para soñar aquel tiempo venidero. Y como todo sueño, lo bueno era que cada día se podía vivir uno nuevo, de modo que el futuro estaba por escribir y en él podían imaginarse una y mil vidas o lo que es lo mismo, la posibilidad de desear cada día ser alguien distinto y alcanzar el éxito en tal consecución.
Como cualquier sueño el del futuro no podía ser arrebatado, porque aunque los años y el propio flujo de la vida nos deparara una realidad distinta a la soñada, nadie podía privarnos del momento en que el futuro era soñado.
Hasta hoy, en que los heraldos negros, los salvapatrias y demás especímenes indignos de mención han decidido borrar la línea del horizonte y privarnos de su contemplación con los ojos abiertos o cerrados. Cuando han lanzado una opa hostil desde oscuros y abstractos mercados a la capacidad de soñar y han optado por negarnos el pan y la sal que alimentan el espíritu, con la indisimulada esperanza de encadenar no sólo los cuerpos, sino también las mentes.Miramos sin ver el horizonte. Real o imaginario. Paralizados por el miedo, renunciamos a creer que tras el velo desplegado ante nosotros pueda permanecer ese horizonte tantas veces contemplado. E incluso negamos la posibilidad de que un soñador enarbole un pincel para dibujar una línea horizontal, que separe de nuevo cielo y suelo y nos permita ver, indistintamente, con los ojos abiertos o cerrados.

Imagen: Viñeta de El Roto, publicada el 31 de marzo de 2012 en El País.

miércoles, 16 de febrero de 2011

La posada de la piel

La nueva película de Almodóvar, "La piel que habito", se estrenará el próximo mes de septiembre. Leo la noticia en la web de la Cadena SER (http://www.cadenaser.com/cultura/articulo/piel-habito-pedro-almodovar-llegara-cines-proximo-septiembre/serpro/20110216csrcsrcul_4/Tes), me guardo el cartel y pienso en la piel como hábitat.
Me pregunto cuál y cómo es la piel que habito. E imagino que tampoco acabamos de conocer la piel que nos habita o aquellas otras que en algún momento del pasado nos habitaron.
Recuerdo aquello de la dermis y la epidermis y visualizo esas distintas capas como si fueran las estancias de una vivienda. Así que habrá algún rincón favorito, uno de esos lugares que muestran nuestra querencia; del mismo modo, que habrá algún espacio secreto, vetado a la mayoría de los visitantes, y alguna cámara de los horrores, donde perviven temores y demonios.
Rememoro los itinerarios de la piel, los conocidos, los ya recorridos, y aquellos otros pendientes de transitar. Ignoro si esos caminos conducen al conocimiento, pero seguro que son una invitación a la consciencia sobre la existencia propia y ajena. Y por tanto, un punto de partida; como el mapa de los sueños infantiles.
Y aunque no habite piel alguna y ninguna piel me habite, estoy convencido de que la piel puede no ser un destino, pero es una deseable posada.