No
fue un gran día. Salió cruz. Ahora solo una moneda vuela en el aire,
escondiendo en cada giro esa cruz de la nada o la cara de lo finito. En algún
lugar se abre una grieta. Hades muestra sus dominios, pero no permite beber en
el lago de Lete; ni siquiera un sorbo que borre la pena para mitigar el dolor. El
velo del miedo cubre el rostro y su sombra amenaza con apagar la esperanza.
Entran
en escena las máscaras. Una, sopla con una sonrisa el aliento de la vida a la
criatura; y la otra, le esconde las lágrimas de la herida abierta. El Joker
abandona los naipes para dar coartada al crédulo, al convencido de que es el
tiempo de los valientes; todo o nada, cuando en realidad se abrió el telón para
dejar paso a los que apuestan por desesperación.
Uno.
Impar. El vuelo de la moneda emula el giro de la ruleta. Siguen pintando
bastos. Los naipes aún desnudos sobre la mesa. Y en la mano abierta se
desperezan los dados para mostrar la serpiente tuerta. El destino. La baza
tramposa del croupier omnipresente.
La
ventana del mundo está abierta, y sin embargo parece entornada, como detenida
en el punto intermedio del cierre o la apertura definitivos. Rodeada de
espinas, que brotan en el marco.
La
moneda gira en el aire. Traza el destino. Oculta la medida del tiempo. Y los
dedos se cruzan en busca de la rúbrica que avale la apuesta ganadora: non. La
vida frente a la muerte.
Lo siento, es difícil encontrar palabras que alivien. Un beso.
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