domingo, 21 de enero de 2018

2018

No soy de predicciones. Aunque creo que se basan en el conocimiento, la experiencia y la intuición; y luego hay que acertar y eso es otro asunto. Tampoco me interesan los agoreros. Y por supuesto, carezco de bola de cristal. Y sin embargo, este año 2018 recién estrenado me da “mal bajío”.
Es una sensación, claro. Una percepción que carece como es obvio de cualquier rigor que la aproxime a la certeza. Pero ahí está. 
De hecho, ya en los dos últimos años hemos vivido un tiempo oscuro, no solo en nuestro país con leyes mordaza y un más que evidente recorte de libertades y retroceso en algunos ámbitos a épocas pretéritas que creíamos superadas, también en otros territorios de Europa y por supuesto, en Estados Unidos. 
Más allá de esos días de oscuridad en la esfera pública, con las adhesiones a inamovibles posturas que nos conducen al resurgimiento de los totalitarismos y por tanto, a la confrontación alejada de la dialéctica, percibo ese viento que se agita al paso de los heraldos negros también en la esfera privada. 
Ignoro el porqué. Y el cómo, el cuándo y el dónde. Levanto la vista y observo el macabro baile de las sombras. Escucho el largo llanto de la noche y el débil sonido de una campana que lejos de avisar al caminante solo ayuda a propagar su confusión. 
No hay refugio. Salvo el paso del tiempo, que más que nunca adopta la forma de condena. Un año si la percepción es fallida. Meses, semanas, días, horas…, la incógnita si hay acierto. Y además, la ignorancia absoluta sobre el qué. 
La indefensión es total. Constatado que no hay agujero donde ocultarse, tampoco parece existir coraza capaz de parar el golpe si se produce. La historia se repite y solo queda lo de siempre, apretar los dientes, levantarse tras caer y seguir avanzando en busca de la luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario