En
tierra de fronteras la mezcla es de natural casi obligada. Alcalá la Real es
tierra de fronteras y el Festival Etnosur (Encuentros Étnicos en la Sierra
Sur), que se celebra en esa población fronteriza durante los últimos 16 años,
es planeta de mestizaje. Por ello es normal que su seña de identidad sea la
convivencia y que en este territorio, al menos durante los 3 días en que se
celebra el festival, poco importe la piel y su cobertura y sólo prime lo que
hay debajo, los huesos, los músculos, la sangre… aquello que nos iguala y no
establece visibles y conceptuales diferencias.
Donde
impera la armonía es lógico que se produzca el retorno. Y el pirata Santiago
Auserón, y su alter ego Juan Perro,
no han podido escapar a esa tentación de regresar a un espacio que bien pudiera
ser el hábitat propio de quien gustar internarse por las veredas que los
distintos territorios de la música ofrecen de Norte a Sur, de Este a Oeste.
Si
hace dos años participó en Etnosur fundamentalmente con la palabra y dejando un
sabroso aperitivo musical junto a Carmen París y los músicos de Cuban Sound
Project, en esta edición ha dado el protagonismo a la música con la
presentación de una creación pergeñada en esta tierra, La Zarabanda.
Un
espectáculo para el que se ha rodeado, como siempre, de grandes músicos; con la
presentación incluida del hijo de Martirio con ¡un tres flamenco!, música del
polifacético Sitoh Ortega (fotógrafo y músico de la tierra del lagarto) y una
bailarina, la Zarabanda, que al mover las caderas agitaba las olas del mar de
olivos.
Muchos
esperaban un revival de Radio Futura y se encontraron al Perro en estado puro, tirando
del torrente de voz para hacer fluir el Río Negro y rescatando algunos temas de
Raíces al viento, La huella sonora y Mr. Hambre. Y brindando una impagable
interpretación de Las Tres Morillas, un guiño al folclore local y a la esencia
de esa Zarabanda.
Sí,
puede parecer sorprendente, por lo inhabitual, que exista afinidad entre perros
y gatos. En mi descargo diré que soy gato antes que él Perro y cuando Auserón alcanzó
esa condición yo ya era incondicional de Radio Futura, como de Los Clash, así
que no había margen para la disidencia. Aún conservo el single, en vinilo of
course, de La estatua del jardín botánico (cara A) y Rompeolas (cara B) y los
recuerdos de conciertos en Rock-Ola, el antiguo Palacio de los Deportes de Goya,
Cabestreros, el Rockodromo de la Casa de Campo e incluso un San Isidro en Camoens bailando con abrigo en la Escuela de Calor o uno en la feria de San
Lucas en Jaén, en el que Carlos Berges se levantó un pedal de guitarra
provocando el ladrido del que todavía no era Perro. Y como no, los mediodías
del domingo en la desaparecida La Bovia, en el Rastro, que Auserón frecuentaba
con el también desaparecido Enrique Sierra; un café donde eran fijos la rubia con
espuma, los productos típicos de Ketama, las redadas policiales y el mural de
Nicaragua Sandinista.
Tampoco
debe resultar tan extraño, a fin de cuentas La Zarabanda es un baile de perros
que los gatos quieren bailar.
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