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lunes, 30 de marzo de 2020

El reloj de "Picardía"

En algún momento llega ese día en el que el relojero deja de dar cuerda al reloj. Y a partir de ahí es cuando el horario y el minutero recorren la esfera varias veces hasta pararse o lo que es lo mismo hasta marcar el final. 
Estos días se están parando demasiados relojes. Entre ellos, el de Manuel García “Picardía”. Manolo era comunista, un buen comunista. Habrá quien piense que todos son buenos y los habrá convencidos de lo contrario. Eso es lo de menos. Manolo, buena persona, ejercía esa bondad en sus convicciones ideológicas y en su militancia. 
Llevaba tiempo sin verlo y no ha mucho pregunté por él a un común conocido. Andaba más cerca de los 100 que de los 90 y a esas edades uno sabe que en cualquier momento el relojero deja de dar cuerda a tu reloj. 
Lo conocí allá por los años noventa en la sede que Izquierda Unida tenía en la calle Millán de Priego de Jaén. Fue la primera campaña electoral que hice para un partido político como responsable de prensa; luego vendrían otras en IU y más tarde, en el PSOE y el PA. 
Los periodistas teníamos el hábito de frecuentar la caseta de IU en la Feria de San Lucas para dar buena cuenta de los mojitos del Rincón Cubano o para comer algo y allí me volví a reencontrar con Manolo, siempre el primero para arrimar el hombro. 
Así que cada mes de octubre, con independencia de que en alguna otra ocasión me lo cruzara por la avenida de Granada, dado que IU había trasladado su sede allí, se producía un nuevo reencuentro. Manolo venía de Torredonjimeno, el pueblo de mi abuelo, y mientras duraba la Feria, una semana, diez o doce días, no faltaba a su cita en la caseta. 
Siempre que me veía me llamaba niño. Y a mi santa, niña. Y cada año le comprábamos un décimo de lotería de navidad, con el impuesto para la causa, y también caía de vez en cuando un pañuelo o una camiseta de El Che. Me alegraba verle y yo sé que el también se alegraba cuando me veía. 
Recuerdo que una vez se le humedecieron los ojos, la emoción le pudo al hablar de aquellos tiempos en los que el sueño estuvo tan cerca. Y otra vez, nos contó un viaje que había hecho a Moscú. Y también recuerdo que dijo que él no vería la Tercera, pero que llegar, llegaría. 
Era una persona entrañable, de esas que se hacen querer y respetar sin estridencias, con la humildad como tarjeta de visita y con el conocimiento que no se adquiere en los libros pero que da la vida. 
Con él se va una parte de la historia de los vencidos, a los que paradójicamente nunca lograron derrotar. Con él desaparece también una forma de entender la vida con lealtad y de mantener la dignidad frente a la adversidad. 
Nunca olvidaré a ese viejo camarada al que hace unos días se le paró definitivamente el reloj.

jueves, 7 de enero de 2016

El reloj del mar

El reloj del mar es una clepsidra, donde las olas rompen contra la pared de cerámica. Unas veces lo hacen embravecidas, furiosas, como quien demuestra su ira. Otras, en cambio, llegan mansamente. Pero siempre con la cresta blanca y el mar rizado, para dejar impresos en la cerámica unos rostros que duran un instante; el mismo que tarda la ola en volver sobre su propio vaivén. 
Hay relojes enormes, que albergan mares y océanos y todo lo que contienen bajo ellos y en su superficie. Viejos navíos de vela, barcazas y modernos cruceros y portaaviones. Desde el Mayflower al Titanic, del Nautilus al Akula; el pasado, el presente y el futuro. También alojan a la luna para que marque el ritmo de las mareas y al sol para crear el espejismo del día. 
Cuando la clepsidra es tan grande, ni siquiera el propio Neptuno y su corte de sirenas y tritones son capaces de escapar de su interior y han de conformarse con descender y ascender de un recipiente a otro; abriéndose paso entre navíos, peces y otras criaturas marinas y maldiciendo su naturaleza mitológica. 
Pero cuando la clepsidra es pequeña solo alcanza a acoger el sueño de un niño proyectado en un barco de papel, cuyos horizontes son infinitos. 
El ruido de las olas apenas hace perceptible el sonido del agua de la clepsidra descontando el tiempo. Aunque siempre hay quién asegura escuchar las gotas caer emulando un tic-tac, incluso seguir su camino de ida y vuelta entre ambos recipientes ¡cómo si fuera posible! 
Y aún así, entre convicciones y credulidades, nadie ha sido capaz de descifrar dónde se halla y quién es el relojero que hace funcionar la clepsidra del mar. Nadie supo nunca cuando se construyó el reloj y tampoco se conoció quién, para qué y porqué decidió medir el tiempo entre las aguas. 
Cuenta un marinero, inmune al canto de las sirenas, que oyó de los labios de éstas un cantar sobre el reloj del mar, cuyas invisibles manecillas dibujan las constelaciones de los cielos y en cuyas paredes se dibujan efímeramente los rostros de sus relojeros. 
También cuentan que ese reloj no existe, ni existió jamás. Y que solo es el santo y seña de aquellos que hicieron patria de la mar.