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jueves, 7 de enero de 2016

El reloj del mar

El reloj del mar es una clepsidra, donde las olas rompen contra la pared de cerámica. Unas veces lo hacen embravecidas, furiosas, como quien demuestra su ira. Otras, en cambio, llegan mansamente. Pero siempre con la cresta blanca y el mar rizado, para dejar impresos en la cerámica unos rostros que duran un instante; el mismo que tarda la ola en volver sobre su propio vaivén. 
Hay relojes enormes, que albergan mares y océanos y todo lo que contienen bajo ellos y en su superficie. Viejos navíos de vela, barcazas y modernos cruceros y portaaviones. Desde el Mayflower al Titanic, del Nautilus al Akula; el pasado, el presente y el futuro. También alojan a la luna para que marque el ritmo de las mareas y al sol para crear el espejismo del día. 
Cuando la clepsidra es tan grande, ni siquiera el propio Neptuno y su corte de sirenas y tritones son capaces de escapar de su interior y han de conformarse con descender y ascender de un recipiente a otro; abriéndose paso entre navíos, peces y otras criaturas marinas y maldiciendo su naturaleza mitológica. 
Pero cuando la clepsidra es pequeña solo alcanza a acoger el sueño de un niño proyectado en un barco de papel, cuyos horizontes son infinitos. 
El ruido de las olas apenas hace perceptible el sonido del agua de la clepsidra descontando el tiempo. Aunque siempre hay quién asegura escuchar las gotas caer emulando un tic-tac, incluso seguir su camino de ida y vuelta entre ambos recipientes ¡cómo si fuera posible! 
Y aún así, entre convicciones y credulidades, nadie ha sido capaz de descifrar dónde se halla y quién es el relojero que hace funcionar la clepsidra del mar. Nadie supo nunca cuando se construyó el reloj y tampoco se conoció quién, para qué y porqué decidió medir el tiempo entre las aguas. 
Cuenta un marinero, inmune al canto de las sirenas, que oyó de los labios de éstas un cantar sobre el reloj del mar, cuyas invisibles manecillas dibujan las constelaciones de los cielos y en cuyas paredes se dibujan efímeramente los rostros de sus relojeros. 
También cuentan que ese reloj no existe, ni existió jamás. Y que solo es el santo y seña de aquellos que hicieron patria de la mar.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Las voces del Titanic

El lunes pasado un amigo y colega, Asensio López, presentó en la ciudad que habito un libro sobre la situación económica, bajo el sugestivo título de “Las voces del Titanic”.
A mí la primera vez que oí el título del libro me gustó. Asensio dice que ese título está formado por dos metáforas, una, la de las voces, referida a los entrevistados, y dos, la del Titanic, el nombre del famoso barco hundido en su primer viaje transatlántico, que sería la economía. Lo que no le han dicho muchas de esas voces es que son responsables del hundimiento del Titanic, algo que evidentemente tampoco van a reconocer.
Ya saben que la provincia en la que habito de forma recurrente es mencionada como un “mar de olivos”, así que no parece descabellado acudir a un barco bajo las aguas para abordar su presente económico y de paso, intuir el futuro de otros barcos por esas mismas aguas.
A mí el título me evocaba no sólo las voces y el barco hundido que dan título al libro y por supuesto, no sólo la economía. La primera vez que oí el título del libro pensé en muchas voces mudas bajo el agua y en muchos barcos hundidos, por supuesto todos ellos, voces y barcos, menos afortunados que el Titanic en su capacidad de trascender. No en cuanto a su final.
Algunos, con mayor o menor fortuna, han intentado e intentan que esas voces no permanezcan mudas; mientras, otros, hacen todo lo posible porque permanezcan apagadas. Pese a que no hay más sordo que él que no quiere oír.
Respecto al Titanic de la economía, no albergo duda sobre quienes componían la marinería, aunque pienso que es necesario identificar al capitán, porque de lo contrario podemos caer en la tentación de pensar que hay demasiados capitanes. O lo que está ocurriendo, entregar la nave al mismo capitán para que vuelva a hundirla.
Las palabras son caprichosas y apenas una n y una l separan a capitán de capital, pero no conviene distraerse con ello, ni con trabalenguas, porque el resultado es el hundimiento del Titanic. Y todos sabemos quien se queda sin chalupa o sin chaleco salvavidas.
Deseo a mi amigo Asensio que tenga mejor singladura como autor que la del Titanic, y pasee su proa por este “mar de olivos” y por otros mares lejanos. A ser posible, disfrutando de la travesía y recuperando voces para que no enmudezcan bajo las aguas.