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martes, 25 de abril de 2017

El brillo de abril

En el mes de abril siempre brillan los recuerdos. Aunque ese brillo sea desigual, y en lo personal siempre sea un mes de sombra alargada, lo cierto es que prefiero quedarme con ese brillo, con esos colores que pintan aún hoy la esperanza y con aquella hermosa canción convertida en símbolo. 
Abril florece siempre en algunos corazones y en la memoria de estos dos territorios unidos por agua y tierra, por ríos y caminos, por la Historia y por historias de desconocidos protagonistas que tendieron y tienden hilos entre ambos países. 
En España y Portugal siempre sale el sol en abril. Y una melodía invade el aire para teñirlo de nostalgia, pero también para no dar tregua al olvido. 
A años vista y por aquello del poso del tiempo se contempla el relato con ese trazo de melancolía que desdibuja las percepciones y siembra la duda sobre si lo acontecido es pérdida o ganancia, victoria o derrota. 
Ahora que se acuñan nuevos términos como posverdad, una forma de reescribir el relato de los hechos desde la tergiversación, sería fácil tratar de borrar lo acontecido, de negar la realidad y emborronar la belleza que pervive en ese brillo anual del mes de abril. 
La historia la escriben los vencedores. Eso dicen. ¿Pero quiénes? ¿Los que vencieron antes o los que vencieron después? ¿Los que creyeron vencer y el tiempo los tornó en vencidos? 
Ni los años ni las lenguas de serpiente podrán marchitar la belleza de aquel mes de abril del 74; trocar el clavel por el cardo. Seguirá siendo la revolución más hermosa. 
Y entre lo bello y las oportunidades perdidas se forja ese otro relato de no darse por vencido, ese boceto de futuro que en cualquier instante puede convertirse en presente, ese islote donde la derrota no enarbola bandera, el territorio donde siempre es abril, aquel en el que brillan los recuerdos frente al olvido, donde se siembra la memoria, donde el viento porta melodía y letras, donde florecen los claveles para silenciar los fusiles. 


martes, 29 de noviembre de 2016

El adiós de Fidel

Al final era un ‘viernes negro’. Y el sábado despertamos con la noticia de la muerte de Fidel. No tengo lágrimas para la muerte de dictador alguno, pero si hay tristeza en el corazón por el adiós del revolucionario. Aquel barbudo que con otros como él lideró desde Sierra Maestra una revolución, “la revolución más hermosa” en palabras de Vargas Llosa, que daba esperanza a un continente, incluso más allá. 
Decía Cabrera Infante que las revoluciones mueren cuando triunfan y que lo que viene después es otra cosa. Quizás tenga que ver con la esperanza truncada en decepción, con los sueños y la realidad. O con esas dos Cubas, una física, que es la Isla, y otra que es la que se lleva en el corazón.
Cuba siempre ríe y llora, de alegría y tristeza. Y sangra, se duele, grita… y vive. Porque hay en la Isla un canto a la vida, hasta en la muerte. A Cuba se la ama. Y no es por llevarle la contraria a Pablo Neruda, pero no se apagarán las guitarras, aunque la patria vuelva a estar de duelo y la tierra vuelva a oscurecerse. 
Esta vez no mandó parar Fidel, paró él; aunque la realidad es que llevaba desde 2006 parado, el tiempo en que ha tardado en morir el hombre para alimentar diez años más el mito. 
Murió Fidel y hay quien festeja desde el odio y desde el rencor, pero en el fondo es una celebración de dolor; los unos, por la pérdida del comandante, del compañero Fidel; y los otros, por el abandono de la Isla, por el no retorno, por la herencia de hombres sin tierra legada de padres a hijos. 
Y también hay hienas que nunca pisaron la Isla, que no saben ni quieren saber y ríen porque es su condición. Presos de su naturaleza como el escorpión de la fábula. Y levantan las copas de la ignorancia para brindar contra el muerto al que desconocen. 
A pesar de los detractores, le acompañarán las palabras de Martí hasta su tumba de Santa Ifigenia. Sin que ahora importe demasiado que pueda ser cierta su apropiación de la figura del Padre de la Patria. Ya saben “sin ser martiano, no se puede ser bolivariano; sin ser martiano y bolivariano, no se puede ser marxista y sin ser martiano, bolivariano y marxista no se puede ser antiimperialista”. 
“La muerte es la cosecha” y en algún cielo ya se dibuja una nueva revolución. Fidel Castro, el Che Guevara y Enrique Meneses se han reencontrado en una Sierra Maestra que no aparece en los mapas; una cordillera eterna de sueños, de ideales, de esperanzas. Y Meneses, una vez más, estará ahí con la cámara de fotos y la máquina de escribir. 
¡Socialismo o muerte! Siempre será 26 de julio. Nunca faltarán quince para luchar. Ni uno para contarlo.
¡Hasta la victoria, siempre!

Foto: Fidel Castro, por Enrique Meneses. Fundación Enrique Meneses.

domingo, 30 de enero de 2011

El efecto simpatía

En el diálogo Norte-Sur siempre ha primado el desdén con que el Norte trataba al Sur. La condescendencia de aquel que se cree y se sabe superior sobre el considerado inferior y por tanto, portador de la etiqueta de débil. Máxime cuando esa superioridad se sustenta en parámetros como el Producto Interior Bruto (PIB).
El pasado de África, incluido el Magreb, desde la metrópoli es conocido: materias primas, recursos energéticos y geoestrategia; a los que en los últimos decenios se ha añadido la necesidad de crear una barrera para frenar y controlar el fundamentalismo islámico emergente. Y todo ello gracias a dos armas letales, la moneda y las armas.
El diagnóstico de Occidente, básicamente de las ex colonias europeas aglutinadas hoy en una idea de Europa y de Estados Unidos, es claro en lo político y en lo económico; es decir, regímenes autoritarios y subdesarrollo. Pese a ello, hemos contribuido, directa e indirectamente, a mantener esos regímenes, algunos cercanos a la teocracia, y hemos limitado las inversiones al otro lado del Estrecho, ralentizando o mermando el desarrollo económico.
Ahora la fragancia de los jazmines sitúa los focos en esos países, primero, Túnez, y después, Egipto. Y aquí, a la par que redactamos una lista de urgencia: Argelia, Libia, Marruecos…, descubrimos, de repente, el Sur.
Miramos al Sur y ya no son todos moros, muertos de hambre que se juegan la vida atravesando el Estrecho para trabajar como albañiles o jornaleros en nuestras ciudades y pueblos, trapichear con drogas o engrosar las filas del terrorismo islámico. Ahora vemos a pueblos, formados por personas como nosotros, que salen a la calle a reclamar los mismos sueños de libertad que nosotros soñamos un día.
Y nuestra mirada se tiñe de sorpresa, pero también de envidia, al constatar que en el Sur hay un espacio para la reivindicación, para la protesta y para la utopía del cambio. Ese mismo espacio vacío hoy en España, donde la tasa de más del 20 por ciento del desempleo, los pactos del sistema (Gobierno, patronal y sindicatos) para incrementar los recortes sociales, la negación de avances democráticos con mayor participación de los ciudadanos y la rendición ante los mercados y entidades financieras nos paralizan y nos adentran en territorios de miedos y temores.
Es fácil contemplar estas revoluciones de denominación floral desde la tierra que un día compartimos con esos mismos pueblos, saboreando un buen brandy y deseando que el contagio alcance a los países vecinos y la democracia y la libertad sean una realidad en el Norte de África, nuestro Sur más inmediato.
Existe una posibilidad real de que se propague el efecto simpatía entre los países de la zona y que caigan los actuales gobiernos, regímenes autoritarios revestidos en algunos casos de falsas democracias. Pero ¿y mañana? En países donde el Ejército juega un papel determinante, resulta difícil creer en un futuro sin su participación. Del mismo modo que es difícil pensar que Occidente renuncie a mantener nuevos gobiernos, y por tanto su “influencia” en la zona, para conservar el actual estatus. Hoy caen gobiernos, políticos, pero se mantienen intactas las estructuras del poder económico y militar; es decir, los verdaderos mecanismos de control de la población.
Vivamos pues el sueño revolucionario, apreciemos la fragancia del jazmín e imaginemos el triunfo de las utopías, para acabar una vez más encerrados en las páginas de “El Gatopardo”, de Lampedusa. Y sin perder de vista nuestro propio cinismo, aquel que sustenta lo plácido de nuestro modo de vida en el cisma Norte-Sur y en el control y freno de los radicalismos ajenos, encarnados en los inicios del siglo XXI por ese fundamentalismo islámico, alejado de las palabras del Profeta, pero útil para elaborar nuestras propias coartadas.

martes, 27 de abril de 2010

Cubanía

No hay revolución en el siglo XX más hermosa que la ‘revolución de los claveles”, ni alguna que levantara más esperanza que la ‘revolución de los barbudos’. La primera fue un ejemplo de cómo finiquitar una dictadura con el dictador de Portugal, Salazar, ya muerto; es decir, como desbaratar la herencia. La segunda, para desalojar del poder en Cuba al dictador Batista, fue un sueño. Ninguna de ellas se fraguó contra el poder legalmente establecido, sino contra la falta de libertad y los abusos de dos dictadores. Algo muy distinto a lo que pasó en países como España y Chile, donde un sector del ejército se levantó en armas para subvertir el gobierno legal (algo que parece innecesario recordar en la primera década del siglo XXI, pero que conviene hacer ante tanto “revisionismo” histórico interesado).
Como cantaba Pablo Milanés en referencia a Cuba, “amo esta isla”, aunque yo obviamente no soy del Caribe. Y amé y soñé esa revolución que se produjo cuando yo ni siquiera aún había nacido.
Una revolución que como recuerda Guillermo Cabrera Infante en su obra póstuma “Cuerpos divinos” (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010), fue el final de un proceso: "Las revoluciones son el final de un proceso de las ideas, no el principio, y es siempre un proceso cultural, nunca político. Cuando interviene la política -o mejor los políticos- no se produce una revolución, sino un golpe de Estado, y el proceso cultural se detiene para dar lugar a un programa político. La cultura entonces se convierte en una rama de la propaganda. Es decir, las ilusiones de la cultura, el sueño de la razón, se transforman en pesadilla".
Sólo he estado una vez físicamente en Cuba, en la parte Oriental de la Isla, Santiago de Cuba, y en La Habana. Pero del mismo modo que visité París de la mano de Alfredo Bryce Echenique desde un ‘sillón Voltaire’ con “La vida exagerada de Martín Romaña” y “El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz” o Barcelona, con Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza, siempre de una forma u otra (literatura, música, cine….) vuelvo a la Isla.
Ahora retorno a La Habana con la obra póstuma de Cabrera Infante y de la mano de Juan Goytisolo (‘La Habana de un infante en nada difunto’, El País, domingo, 25 de Abril de 2010), como también hiciera no ha mucho con Juan Cruz en otras páginas del mismo diario (‘Caín resucita en noviembre’, El País, viernes, 12 de marzo de 2010).
No he leído este libro de Cabrera Infante, porque la economía de guerra impuesta por la falta de laboro me imposibilita su compra, pero coincido con Goytisolo en su respuesta a uno de los héroes del Granma, el comandante William Gálvez, cuando en un encuentro reciente entre ambos el militar afirmó que Cabrera “no era cubano”; “No hay escritor, escribe Goytisolo, que lo sea más que él. La Habana y Guillermo son ya indisociables. Los vencedores se truecan siempre en fiscales de la historia, pero no estoy muy convencido de que ésta les absuelva, como sinceramente creían hace cincuenta y tantos años”.
Las dictaduras nunca pudieron acallar las palabras de escritores y trovadores. Cuando se trata de Cuba, siempre recomiendo la lectura de “Persona non grata”, del escritor chileno y Premio Cervantes, Jorge Edwards. Y de Cabrera Infante, me quedo a pesar de “Tres tristes tigres”, con “La Habana para un infante difunto”.
Para mí hay otros escritores cubanos asociados a La Habana como Alejo Carpentier, Reinaldo Arenas, José Lezama Lima o Abilio Estévez. Y otros escritores y trovadores que han hecho gala de su cubanía; pero es cierto, como dice Goytisolo, no hay escritor más cubano que Guillermo Cabrera Infante; ni músico, con permiso de Benny Moré, que Bebo Valdés.

sábado, 25 de abril de 2009

La revolución más hermosa


Hoy, 25 de abril, es el aniversario de la revolución más hermosa. La que puso fin a la dictadura de Salazar y su Estado Novo en Portugal, allá por 1974; una dictadura que había sobrevivido al dictador fallecido 4 años antes.
En esta revolución que nació con los acordes de una canción, “Grândola, Vila Morena”, de José Afonso, la flor de abril brotó de casas, esquinas y aceras para acallar las armas, para convertir cañones en floreros y para unir a los portugueses, civiles y militares, contra las miserias de la dictadura más longeva de Europa y sus sueños colonialistas en Mozambique y Angola.
A pesar de la petición de los militares del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), opositor al régimen, para que los ciudadanos permanecieran en sus casas, los lisboetas tomaron las calles y se unieron a los militares en la Marcha de las Flores. Un manto de claveles borró fusiles y tanques y alumbró una revolución incruenta. De aquellos claveles floreció una democracia.
No hay revolución en la historia que ofrezca una imagen más hermosa y más explícita que la de los soldados recibiendo claveles de sus conciudadanos para engalanar uniformes y armas. En la segunda mitad del siglo XX hubo otras revoluciones, como la de los barbudos en Cuba o la de los hijos de Sandino en Nicaragüa, pero ninguna fue tan hermosa como la portuguesa.
Decía Gabriel Celaya que "la poesía es un arma cargada de futuro", qué decir de un ramo de claveles.

martes, 31 de marzo de 2009

Resistencia


Como si fuéramos atletas de fondo o de medio fondo. Resistir y aguantar. Esa es la receta de Rajoy para la crisis. Sin anestesia y sin preparación, resistencia. Sonaría a chiste si no fuera porque simplemente con volver la vista unos metros atrás se ven los restos del naufragio y porque en materia de humor Rajoy todavía no supera al Mariano de Forges.
Camionero, dos hijos, hipoteca y ochocientos y pico euros al mes. La respuesta de Rajoy, aguante, resista.
Tengo un amigo revolucionario que me decía que la revolución se hace con el estómago lleno. De aguantar y de resistir no me dijo nunca nada. Y ahora los estómagos llenos que veo son más bien estómagos agradecidos y el resto se dividen en estómagos medio llenos o vacíos. De lo que deduzco que de revolución poco, a pesar de aquello tan revolucionario de 'resistir o morir'.
Vaya panorama. De la crisis es un estado de ánimo del presidente Zapatero a la resistencia del opositor Rajoy. Para echar el bofe o para reventar.