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martes, 27 de abril de 2010

Cubanía

No hay revolución en el siglo XX más hermosa que la ‘revolución de los claveles”, ni alguna que levantara más esperanza que la ‘revolución de los barbudos’. La primera fue un ejemplo de cómo finiquitar una dictadura con el dictador de Portugal, Salazar, ya muerto; es decir, como desbaratar la herencia. La segunda, para desalojar del poder en Cuba al dictador Batista, fue un sueño. Ninguna de ellas se fraguó contra el poder legalmente establecido, sino contra la falta de libertad y los abusos de dos dictadores. Algo muy distinto a lo que pasó en países como España y Chile, donde un sector del ejército se levantó en armas para subvertir el gobierno legal (algo que parece innecesario recordar en la primera década del siglo XXI, pero que conviene hacer ante tanto “revisionismo” histórico interesado).
Como cantaba Pablo Milanés en referencia a Cuba, “amo esta isla”, aunque yo obviamente no soy del Caribe. Y amé y soñé esa revolución que se produjo cuando yo ni siquiera aún había nacido.
Una revolución que como recuerda Guillermo Cabrera Infante en su obra póstuma “Cuerpos divinos” (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010), fue el final de un proceso: "Las revoluciones son el final de un proceso de las ideas, no el principio, y es siempre un proceso cultural, nunca político. Cuando interviene la política -o mejor los políticos- no se produce una revolución, sino un golpe de Estado, y el proceso cultural se detiene para dar lugar a un programa político. La cultura entonces se convierte en una rama de la propaganda. Es decir, las ilusiones de la cultura, el sueño de la razón, se transforman en pesadilla".
Sólo he estado una vez físicamente en Cuba, en la parte Oriental de la Isla, Santiago de Cuba, y en La Habana. Pero del mismo modo que visité París de la mano de Alfredo Bryce Echenique desde un ‘sillón Voltaire’ con “La vida exagerada de Martín Romaña” y “El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz” o Barcelona, con Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza, siempre de una forma u otra (literatura, música, cine….) vuelvo a la Isla.
Ahora retorno a La Habana con la obra póstuma de Cabrera Infante y de la mano de Juan Goytisolo (‘La Habana de un infante en nada difunto’, El País, domingo, 25 de Abril de 2010), como también hiciera no ha mucho con Juan Cruz en otras páginas del mismo diario (‘Caín resucita en noviembre’, El País, viernes, 12 de marzo de 2010).
No he leído este libro de Cabrera Infante, porque la economía de guerra impuesta por la falta de laboro me imposibilita su compra, pero coincido con Goytisolo en su respuesta a uno de los héroes del Granma, el comandante William Gálvez, cuando en un encuentro reciente entre ambos el militar afirmó que Cabrera “no era cubano”; “No hay escritor, escribe Goytisolo, que lo sea más que él. La Habana y Guillermo son ya indisociables. Los vencedores se truecan siempre en fiscales de la historia, pero no estoy muy convencido de que ésta les absuelva, como sinceramente creían hace cincuenta y tantos años”.
Las dictaduras nunca pudieron acallar las palabras de escritores y trovadores. Cuando se trata de Cuba, siempre recomiendo la lectura de “Persona non grata”, del escritor chileno y Premio Cervantes, Jorge Edwards. Y de Cabrera Infante, me quedo a pesar de “Tres tristes tigres”, con “La Habana para un infante difunto”.
Para mí hay otros escritores cubanos asociados a La Habana como Alejo Carpentier, Reinaldo Arenas, José Lezama Lima o Abilio Estévez. Y otros escritores y trovadores que han hecho gala de su cubanía; pero es cierto, como dice Goytisolo, no hay escritor más cubano que Guillermo Cabrera Infante; ni músico, con permiso de Benny Moré, que Bebo Valdés.

viernes, 23 de octubre de 2009

"Gabo" y los "egos revueltos"

Andaba yo a vueltas con mi cabeza, como tantas otras veces, intentando meterle la pluma o menos prosaicamente, hincarle el diente a un tema. Es la necesidad de ordenar las cosas, de estructurarlas para lograr que tengan sentido. Así que redactaba mentalmente el principio de lo que quería escribir, una y otra vez, sin que acabara de convencerme.
Repetía ese inicio imaginado, asumía a continuación la redacción del cuerpo principal, de lo que esencialmente quería decir, y dejaba en manos de la inspiración el final. Y aún así seguía sin convencerme. Le faltaba algo y no daba con ello. Podría parecer algo normal, falta de recursos lingüísticos, literarios o periodísticos o un mal día, si no fuera porque el asunto en cuestión lleva rodando por mi cabeza unos diez días. Exactamente desde que leí las declaraciones de Juan Manuel de Prada sobre Gabriel García Márquez en la prensa local de Granada. Y diez días sin encontrar en mi baúl las palabras adecuadas para dar suelta a la pluma sólo evidencian impericia; básicamente, porque quería evitar la ofensa o la descalificación basada en mis gustos literarios.
Hasta esta mañana, cuando he cogido El País con ambas manos y con la primera plana frente a mí he podido leer en una ventana de la parte superior: Los 'Egos revueltos' del mundillo literario, bajo la lupa de Juan Cruz (El País, viernes, 23 de octubre de 2009), referido al Premio Comillas recibido por el escritor canario, que, salvo en mi cabeza, nada tiene que ver con las declaraciones de Prada. Estúpido gato, eso era lo que andabas buscando; diez días sin dar pie con bola y Juan Cruz lo ha clavado, porque debe ser eso, una cuestión de ego revuelto.
El escritor y articulista, además de cinéfilo, Juan Manuel de Prada, visitó el pasado 14 de octubre el Centro Cultural Memoria de Andalucía en Granada, para hablar del “Periodismo cultural y literatura”, acompañado de la también escritora Ángela Vallvey. Donde Prada manifestó que “hoy día el periodismo cultural es un lacayo de la cultura de masas. Se editan libros muy interesantes y ningún medio repara en ellos; pero un tipo saca una biografía autorizada de Gabriel García Márquez y se publican páginas y páginas sobre un bodrio, además de que la vida de García Márquez no tiene ningún interés y que como escritor es bastante pelmazo. Da todo igual, lo que importa es que García Márquez es una marca, un referente emblemático de nuestro tiempo, como diría un cursi. Los periódicos como borreguitos le dedican páginas y páginas”. (Ideal, edición digital, 15 de octubre de 2009, http://www.ideal.es/granada/20091015/cultura/periodismo-lacayo-cultura-masas-20091015.html).
Quiso la vida que en esa época me hallase finalizando la lectura de una obra de ese “pelmazo” de García Márquez, “Memoria de mis putas tristes”; que se une a otras obras del mismo “pelmazo” leídas con anterioridad como “Cien años de soledad”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “El general en su laberinto”, “Crónica de una muerte anunciada” (tan bodrio que la devoré en una noche hace más de 20 años), “Del amor y otros demonios”, “Doce cuentos peregrinos” y mi preferida, “El amor en los tiempos del cólera” (sin duda, pelma, bodrio y cursi). Qué decir de “Gabo”, este escritor colombiano al que dieron el Nobel en 1982, y al que espiaban los servicios secretos mexicanos por ser amigo de Fidel Castro. Qué puedo decir yo del creador en 1994 de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) e impulsor del Taller de Periodismo Iberoamericano y de la Colección Nuevo Periodismo, dirigida por Tomás Eloy Martínez. El mismo “Gabo” que vivió en la plaza Real del Barcelona, junto a Las Ramblas. Para mí si tiene interés la obra y la vida de Gabriel García Márquez Y a falta de páginas en un periódico para dedicarle, doy por buenas estas letras, ajenas a cualquier ego, en El callejón del gato