miércoles, 27 de mayo de 2020

La columna suicida

Me ha salido sin pensarlo. Ha sido fruto de un equívoco y de la espontaneidad. El caso es que estaba tomando mi primer café de bar desde el 13 de marzo, compaginado con una reunión informal de laboro, y ha llegado un amigo. Tras los saludos de rigor y preocuparnos, ahora más que nunca, por nuestro estado de salud, me ha preguntado por el trabajo. Y tras una breve explicación por mi parte, me ha dicho ¿sigues en el Viva Jaén (un periódico local)? 
Mi respuesta: “No, la de la columna suicida es mi santa, la que colabora con el Viva Jaén es ella”. 
De regreso a mi casa iba pensando que ese era un buen nombre para una columna periodística. Muy apropiado para estos tiempos convulsos que estamos viviendo. Por un lado, anula la tentación de “matar al mensajero”, ya que muestra implícitamente la disposición del escribiente a la inmolación. Y por otro, deja meridiana la intención del autor de escribir sin cortapisas, es decir, no ser lo que se denomina políticamente correcto; una expresión convertida en tópico y a mí entender discutible, dado que los políticos suelen ser en general bastante incorrectos en formas y expresión. 
Es indudable que hoy ante tanto cafre desbocado y ante tanto inconsciente deseando y ayudando a que prenda la mecha y la pólvora haga el resto, existe algo de kamikaze en quien decide ir por libre, alejarse de pesebres y padrinos y contar o al menos intentar contar lo que pasa, lo que ha pasado y lo que puede llegar a pasar.
Una columna de papel convertida en sobredosis de barbitúricos, corte de venas o salto sin red. Un fuste de palabras afiladas, de esas que fluyen en ambos sentidos y que en ese viaje de ida y vuelta se asemejan a mortales estiletes en dirección a la garganta. Y un capitel donde el verbo dibuja la finta del virtuoso esgrimista.
Y una regla de imprescindible cumplimiento, no escalar la columna. Evitar confundirla con un pedestal. Porque cuando se pierde la perspectiva del suicida y se abre paso el superviviente solo queda gritar ¡touché!

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