martes, 5 de mayo de 2020

El adiós de Pilar


Han pasado ya unos días, un poco más de una semana, del fallecimiento de Pilar. Y sigue siendo difícil de asimilar, no porque se produzca el desenlace, sino por lo inesperado del mismo. Porque casi siempre la muerte, aunque sabemos que está al final del camino de la vida, evita anunciarse. 
Nos enteramos del adiós de Pilar por dos fuentes en apenas 5 minutos, la Cadena SER y su sobrina María, por lo que no había lugar a la duda. Luego la noticia fue a la par mazazo y clamor. No queríamos creerlo. Nos mirábamos con la incredulidad de saber que hacía unos días le habían dado el alta en el hospital y que estaba bien; eso sí, un poco floja. 
Pasé media tarde buscando las fotos del primer cumpleaños de mis hijos; cuando Pilar se empeñó en que le hiciéramos una foto con los dos en brazos, pese a que eso suponía un esfuerzo, y no de los pequeños, debido a que las criaturas ya tenían un peso considerable. 
También estuve intentando recordar cuándo conocí a Pilar. Fue profesora en el colegio San Agustín, donde yo estudié unos años, aunque yo no la recuerdo de aquella época. De hecho, no recuerdo en que momento la conocí. Algo que carece de importancia, porque Pilar Palazón era de esas personas que se quedan para siempre en nuestras vidas. 
Sin embargo, recuerdo perfectamente la primera vez que escuché su nombre. Fue un día en mi casa paterna de la calle Colón y la mencionaron Cándido Nogales, Carmelo Palomino y mi padre en una conversación probablemente intrascendente. 
Es curioso eso de las relaciones familiares y los caprichos o designios del destino. Echando la vista atrás descubres que esa relación ha sido de 3-4 generaciones y por ambas ramas familiares, culminando ahora con María, la sobrina nieta de Pilar, que ha compartido guardería y colegio con mis hijos y son amigos. 
Volví a encontrarme con Pilar allá por el 92, cuando vine a Jaén para trabajar en Diario JAÉN. Y hasta hoy. En aquella época no había nacido aún la Asociación de Amigos de los Íberos, pero el embrión ya estaba ahí y germinaría poco después con la exposición “Íberos, príncipes de Occidente”, en París (1997), que tuvo parada en Barcelona y Bonn. El resultado ya lo conocen, años de reivindicaciones que se tradujeron en 2017 en un Museo Íbero para la ciudad, inacabado es cierto, lo que llevó a Pilar, como también sabe la mayoría, a pedir a Felipe VI que repitiera visita a Jaén cuando el museo estuviera completo para inaugurarlo en condiciones. Desgraciadamente ya no lo verá. 
Su apariencia externa de fragilidad era engañosa. Era perseverante y rocosa. Una luchadora incansable, lo que se traducía en la extenuación del adversario. Y lo que provocó que el ex alcalde, también desaparecido, Alfonso Sánchez, convirtiera el apellido Palazón en “Palizón”; eso sí desde el cariño y el respeto hacia una mujer que fue la primera concejal del Ayuntamiento de Jaén en el regreso de la democracia y a la que entre otros logros hay que atribuirle la creación de la Universidad Popular Municipal (UPM) o la recuperación de la figura del pintor jiennense Manuel Ángeles Ortiz. 
Recuerdo, entre otras cosas, que fue precisamente en su casa donde contemplé por primera vez al natural una pintura de Manuel Ángeles Ortíz y también por primera vez probé una calabaza asada una víspera de San Antón. 
La recuerdo en “Caldos”, la galería de vinos de Jesús Melero en la calle Cerón, cuando Rakel Rodríguez presentó el libro “Mirándonos la punta de los pies”, de Ediciones RaRo, en el que yo había participado con el relato “Las monedas de Sefarad”. Pilar me preguntó que si el relato era real; la historia sobre sus inscripciones y demás no lo eran, pero las monedas existían. Me pidió verlas, petición que pude satisfacer un tiempo después durante una visita a mi casa. 
Pienso en aquellos sábados o domingos, cuando coincidíamos comprando el periódico, antes en Tato, en el barrio de San Ildefonso, y después en el kiosco de Juanfran en la plaza de las Palmeras. Siempre me preguntaba por los niños y por María Antonia, era la única que llamaba así a Antonia y nunca la sacamos del error de que en realidad era Antonia sin el María delante. Me hablaba de sus paseos, era una andarina; de su último viaje, de que si había estado con Paco Zaragoza, de que había visto a mis primos Gede e Inma y a mis sobrinas, a Marcos Gutiérrez, me preguntaba por mi tía Luz…, y mientras, la saludaba medio Jaén, porque no sé cuántos chicos y chicas fueron alumnos suyos, no sé a quién no conocía y sobre todo, quién no la conocía. 
Seguía la estela de mujeres como Clara Campoamor o Federica Montseny. Fue, en cierta medida, nuestra Mariana Pineda enarbolando la bandera de la libertad. Ella fue y será todas esas mujeres defensoras de la igualdad, de los derechos y de cualquier causa que redunde en un beneficio social.
La cuestión es quién tomará ahora su relevo.

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