sábado, 30 de mayo de 2020

El eco de los profetas

Era otro tiempo, aquel donde los muertos ya descansan y solo las lágrimas riegan el recuerdo. Cuando los globos escapaban de las manos infantiles y se perdían en el cielo como una metáfora de libertad. 
Ella corría por el parque y lanzaba una mirada coqueta de la que todos nos sentíamos destinatarios. Hasta aquel día en que desapareció para siempre de nuestras vidas. 
Crecimos con el sueño de un dry martini con doble ración de ginebra, en un tugurio donde el humo del tabaco solo lo disipaba la sonrisa de aquella chica de portada de revista que prolongaba el sueño.
Todavía se escucha, si aplicas el oído, el eco de los profetas malditos; aquellos falsos mensajeros de un mañana preñado de bonanza. Siempre esperando en la más cercana esquina, donde ni siquiera el potente rugido de aquel coche último modelo rodando por el asfalto lograba acallar sus voces. 
Hasta que alguien tocó la corneta. Y despertamos. Las promesas no se cumplieron. Aquellos que iban a ser los mejores años de nuestras vidas se marcharon por el desagüe. 
No lograron hacernos desistir. Tomamos aquel tren con destino al futuro y sin paradas previstas. Desde la ventanilla vimos pasar a gran velocidad campos y ciudades, que se convertían en pasado y se hacían pequeños mientras apurábamos un café. 
Un día cualquiera golpearon la puerta. Salimos y atravesamos la ciudad. En cada esquina había uno de aquellos vendedores de humo, voceando una mercancía que casi todos compraban y ninguno pagaba. La misma que cada mañana aparecía impresa con la tinta fresca en los diarios. Sonaba aún el eco de los malditos profetas. 
Una moneda rodó hasta nuestros pies. La recogimos y la lanzamos al aire. A cara o cruz. Aquel vuelo pareció no tener fin, pero el golpe metálico anunció su llegada al suelo. Había angustia en algunas miradas. No comprendían que esa moneda no podía decidir el mañana. 
Creyó verla una vez. Nunca supo si fue real o un falso recuerdo. No había globos, no había parque. Había desaparecido para siempre de sus vidas. Solo quedaban las lágrimas y el eco de los profetas malditos.

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