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domingo, 21 de febrero de 2021

El fuego que no cesa

Desde el Sur tenía uno la convicción de que ardía la tierra que habito, fruto del enfado, el hartazgo y la frustración ante decisiones sospechosas de arbitrariedad.
Y ese fuego, que en el caso de Jaén era metafórico, se ha tornado real en otros lares. Y ahora sí, arden las calles y grupos descontrolados en un ejercicio de violencia aplican fuego que lejos de iluminar contribuye a ensombrecer.
Las llamas se apropian de las ciudades y a la par que queman contenedores y parte del mobiliario urbano van achicharrando argumentos y desvirtuando la legítima reclamación de la protesta. 
Un rapero, un tal Hasel, de dudoso gusto y escaso talento musical, es condenado. Según unos, por la letra de sus canciones, y según otros, por la acumulación de delitos. El caso es que una vez más el trasfondo es la libertad de expresión, que debería ser clara en este país tras décadas de democracia y a tenor de donde veníamos. 
Lejos de eso, la aplicación de dicha libertad es tan caprichosa como esas otras sospechosas decisiones en ámbitos políticos y judiciales. El caso es que se aplica de forma desigual y curiosamente la responsabilidad penal siempre recae a la izquierda, con la inestimable ayuda de los diferentes grupos de presión; y entiéndanse estos en su amplitud y variedad. 
No creo que todo esto sea por aquello de que el fuego purifica. Es indudable que los fuegos y las descontroladas protestas están levantando una gran cortina de humo, que beneficia a muchos y ninguno de ellos es el rapero condenado. 
El fuego siempre ha logrado atrapar la atención del que lo contempla y esa fascinación hace que se mantenga la mirada en él y no se fije o se desvíe a otros focos, que quizás literal y visualmente no arden pero achicharran. 
Y en estos casos, tanto en Jaén como en esos otros lares, siempre observo que sobran pirómanos y escasean los bomberos. Será por esa fascinación del fuego o por la creencia en el descenso a los infiernos. O será porque más allá de las llamas lo realmente importante es el humo; cuanto más, mejor.

sábado, 30 de mayo de 2020

El eco de los profetas

Era otro tiempo, aquel donde los muertos ya descansan y solo las lágrimas riegan el recuerdo. Cuando los globos escapaban de las manos infantiles y se perdían en el cielo como una metáfora de libertad. 
Ella corría por el parque y lanzaba una mirada coqueta de la que todos nos sentíamos destinatarios. Hasta aquel día en que desapareció para siempre de nuestras vidas. 
Crecimos con el sueño de un dry martini con doble ración de ginebra, en un tugurio donde el humo del tabaco solo lo disipaba la sonrisa de aquella chica de portada de revista que prolongaba el sueño.
Todavía se escucha, si aplicas el oído, el eco de los profetas malditos; aquellos falsos mensajeros de un mañana preñado de bonanza. Siempre esperando en la más cercana esquina, donde ni siquiera el potente rugido de aquel coche último modelo rodando por el asfalto lograba acallar sus voces. 
Hasta que alguien tocó la corneta. Y despertamos. Las promesas no se cumplieron. Aquellos que iban a ser los mejores años de nuestras vidas se marcharon por el desagüe. 
No lograron hacernos desistir. Tomamos aquel tren con destino al futuro y sin paradas previstas. Desde la ventanilla vimos pasar a gran velocidad campos y ciudades, que se convertían en pasado y se hacían pequeños mientras apurábamos un café. 
Un día cualquiera golpearon la puerta. Salimos y atravesamos la ciudad. En cada esquina había uno de aquellos vendedores de humo, voceando una mercancía que casi todos compraban y ninguno pagaba. La misma que cada mañana aparecía impresa con la tinta fresca en los diarios. Sonaba aún el eco de los malditos profetas. 
Una moneda rodó hasta nuestros pies. La recogimos y la lanzamos al aire. A cara o cruz. Aquel vuelo pareció no tener fin, pero el golpe metálico anunció su llegada al suelo. Había angustia en algunas miradas. No comprendían que esa moneda no podía decidir el mañana. 
Creyó verla una vez. Nunca supo si fue real o un falso recuerdo. No había globos, no había parque. Había desaparecido para siempre de sus vidas. Solo quedaban las lágrimas y el eco de los profetas malditos.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Fantasmagorías

Ayer la niebla jalonaba la carretera casi los más de 40 kilómetros que separan mi casa de la universidad. En algunos tramos incluso parecía engullirla. De modo que la vista no alcanzaba para ver más allá de unos metros, hasta topar con una cortina blanca y densa, rasgada ocasionalmente por las luces de los faros de los vehículos que iban en dirección contraria a la mía.
No es agradable conducir con niebla. Y sin embargo, hacerlo encierra un placer visual y perceptivo único. La propia carretera, las escasas construcciones ubicadas en sus inmediaciones y sobre todo, los campos de olivos. Fantasmagóricos. Con la niebla arrastrándose por la tierra, enroscándose en los troncos y ascendiendo hasta la copa de los árboles para blanquear el cielo. Igual que el humo del cigarro de un fumador juguetón y habilidoso dibujando espirales en el aire.
La niebla reduce el campo de visión y por momentos, parece borrar el paisaje, transformándolo en un lienzo casi irreal, en una atmósfera de ilusión, que a su pesar no puede evitar que ese manto blanco nos produzca una parcial ceguera. La misma que produce el humo de un incendio.
Hay quien parece vivir entre una niebla o un humo constante. Quien prende fuegos sin calcular la mecha y la carga explosiva y luego se sorprende del resultado. Hay quien huye de la fantasmagoría para esconderse en la privacidad. Pero los límites de ésta cada vez están más desdibujados y cuando se franquean, algo reprobable pero habitual, mostramos nuestra desnudez y exhibimos, involuntariamente, nuestras miserias.
Las cámaras, despreocupadas pero encendidas; los micrófonos, inmóviles pero abiertos, son las manos invisibles que nos desnudan. En un intervalo imperceptible, que a posteriori muta en un tiempo inacabable, liberamos la lengua y exhibimos lo mejor o lo peor que escondemos en el cerebro. Quedamos retratados. Como si se disipase la niebla.