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sábado, 23 de noviembre de 2013

Heladuras del corazón

Impertérrito Don Antonio. No necesita que nadie le cuente de heladuras del corazón. Tampoco que le hablen de un país que se desangra sin necesidad de rozarse con las cuchillas dispuestas para que se corten otros, soñadores de un mañana inexistente.
Del ni conmigo ni sin mí volvemos al conmigo o contra mí. Aquella bandera que por un momento era de todos se convierte de nuevo en el viejo trapo desempolvado del que algunos se apropian para darle el uso que critican en otros, exhibidores también de sus viejos trapos.
Desterrada la empatía, se hipoteca el presente y se niega el futuro. No ha de extrañar que algunos se obstinen en mirar al pasado y que otros sucumban ante la reescritura de la historia. Y muchos menos que se aviven los anhelos de dibujar las líneas que alejan y borrar las miradas que precedían al entendimiento.
A fin de cuentas la mirada hacia atrás no es más que la pauta que establece el retroceso de los pasos, para desandar el camino y lo que es peor, para cometer los mismos o parecidos errores.
En contra se vivía mejor. El credo es sinónimo de convicción. Y la resta se impone a la suma. Dividir no implica vencer, pero siempre será una garantía para no avanzar.
Para qué romper corazones, si se obtiene mayor rédito atentando contra la razón. Trazando la raya en el suelo para señalar al adversario y manoseando hasta la obscenidad el lenguaje para disfrazar las miserias propias y ensalzar las ajenas. Piruetas para volver la vida del revés, lo negro en blanco y lo blanco en negro.
Las dos Españas Don Antonio, para el españolito de a pie. Hielo y desesperanza en el corazón.
 
Imagen: Escultura de Antonio Machado, ubicada en la calle San Pablo de Baeza (Jaén).

 

domingo, 14 de marzo de 2010

El túnel

Dicen que al final del túnel siempre está la luz, pero nadie asegura que se pueda llegar hasta ella.
Hay túneles de diferentes dimensiones y otros que teniendo las mismas se perciben de forma desigual. Para algunos, recorrerlos es una breve travesía, mientras que para otros son interminables.
Hay túneles que parecen estrecharse al atravesarlos, su oscuridad se torna infinita e inundan pecho y mente con una atmósfera asfixiante. En esos túneles es indiferente abrir o cerrar los ojos, porque siempre se ve la misma inexistente luz y nunca se alcanza el final.
Hay túneles que se tarda una vida en atravesarlos y otros que nunca pueden ser atravesados. Algunos empeñan la vida en ello y otros ni siquiera atraviesan el umbral, se paran y toman un atajo para no ser engullidos por esa negra boca, sin cuestionar el final o el principio.
Hay túneles que horadan montañas, unen valles, cruzan mares o recorren el subsuelo de una ciudad. Y es posible que haya un túnel en cada una de nuestras vidas; del que nadie nos advirtió y sin embargo, estamos obligados a atravesarlo, ignorando si lo recorreremos hasta el final o quedaremos atrapados en su interior.
En mitad de ese túnel, daríamos cualquier cosa por ver la luz al fondo. Pero no hay opción y sólo queda seguir caminando, conscientes de nuestra vulnerabilidad y espantando la desesperanza.
Todos y cada uno de esos túneles están en nuestra cabeza. Hasta aquel en cuyo final no hay luz, porque la tapa un muro o un montón de piedras. Entonces sólo cabe escarbar, hasta en la propia mente; y desear que la luz no nos deslumbre o que no permanezcamos atrapados en el túnel, porque ya no hay marcha atrás. Nunca hay marcha atrás. Y quedar atrapados o deslumbrados es el primer paso para cruzar líneas en el territorio de la mente.
Hoy es uno de esos días en que daría cualquier cosa por ver la luz del final del túnel, por no sentir sus paredes acechando en la oscuridad y por respirar un aire limpio en la cabeza y en los pulmones. Es uno de esos días en los que no desearía atravesar más túneles que el de Ernesto Sábato; sin moverme del sillón.

Foto: Ojos de gato, tomada del blog http://www.librodearena.com/blog/inforob/9408.