domingo, 24 de enero de 2010

La Isla del Tesoro


Cuando tenía 7 años mi tía Luz y mi tío Pepe me regalaron un ejemplar de La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson (Ediciones Petronio, 1972), por haber sacado buenas notas en la primera evaluación del curso. Hoy lo he recordado al comprar El País, ya que obsequiaba con un ejemplar de esa misma obra en una edición ilustrada, tipo cómic, de la colección Joyas Literarias Juveniles (como aquellas colecciones de Historias Selección o Historias Color, de la editorial Bruguera).
Aquel libro fue uno de los mejores regalos que he recibido en mi vida. De hecho, todavía conservo ese volumen con aquella historia de piratas, que he leído después en distintas ediciones y he visto adaptada al cine, incluso en dibujos animados, con desigual acierto.
Aunque soy de una generación ajena a las videoconsolas en sus distintas versiones, los juegos electrónicos no me son ajenos, ya que soy uno de tantos que debutó en salas recreativas y bares con los “marcianitos” y años después con el primer juego del hoy conocido como Super Mario.
Por ello, sin dudar de la capacidad de entretenimiento de estas videoconsolas, solo o en compañía, y siendo consciente de que mis peques serán fervientes clientes de las mismas, sigo pensando que la oferta de un relato como La Isla del Tesoro es insuperable por las posibilidades de ensueño que encierran sus páginas.
A pesar de sus 4 años, mis peques tienen un vivo interés por los libros desde que apenas contaban 1 año. Los compaginan con los dibujos animados y las películas infantiles. Y eso, siendo hijos de su época y por tanto de crecimiento parejo a las nuevas tecnologías, me hace pensar que el primer granito de arena está puesto.
Es evidente que ignoro que les deparará el futuro. Cuáles serán sus gustos y sus capacidades, sus aficiones y sus vocaciones. Pero en días como hoy, viendo un cómic de Ben 10 y La Isla del Tesoro en sus manos, sabiendo que los libros no son objetos extraños para ellos, se alimenta mi esperanza.

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