Al morir el pintor,
Carmelo Palomino, al margen de mostrar la hipocresía de aquellos que
siempre le habían criticado, imagino que fruto de la envidia, logró
que se extendiera la creencia de que su obra pictórica era escasa.
Una patraña que, entre otras cosas gracias al inventario de esa obra
realizado por Juan Manuel Molina Damiani, quedó demostrada.
Siempre que asisto al
nacimiento de una nueva criatura de Rakel Rodríguez, o tengo
conocimiento de ese alumbramiento, no puedo evitar pensar en esa
"escasez" de la obra de Carmelo; porque como con aquel,
existe la tentación de creer que Rakel, fundamentalmente poeta, es
poco productiva en el proceso de la creación.
Y nada más lejos de la
realidad. He perdido la cuenta, en realidad nunca la he llevado, de
los poemarios escritos por Rakel, publicados la mayoría por
ediciones RaRo, creo que con la excepción de "Rabia",
publicado por Revista
Groenlandia.
La semana pasada tuve la
oportunidad de asistir a la presentación de su último poemario
"Donde nadie me encuentre" en El Pósito, un bar de
cabecera que recomiendo a aquellos que visiten esta ciudad rodeada de
olivos en la que habito.
Estas presentaciones en
realidad son una excusa para vernos, para compartir una cerveza con
versos, esta vez en boca del también poeta Joaquín Fabrellas y de
la propia Rakel. Y sobre todo para confirmar que el afecto y las
palabras tejen un hilo sólido que une a las personas más allá de
la distancia.
Mantiene Rakel la
costumbre de numerar los ejemplares de sus ediciones, limitadas por
el carácter casi artesanal de las mismas. Hábito que puede llevar al
error de pensar que el valor de la obra reside en el número limitado
de ejemplares, en lugar de en las palabras que albergan.
A mí me ha tocado el
372. Al entregármelo, Rakel me preguntó si me iba bien. Le dije que
sí, que yo era de letras más que de números, sin saber que el 372
estaba escrito también en letras. Aunque la verdad es que las letras
que me siguen interesando son las que forman palabras, las que dan
vida a sus versos para transformarse en estrofas y acabar en poemas
que no entienden de atajos, ni de edulcorantes. Descarnados y
vitales. Como una parte de ella.
He perdido otra batalla./
No sé cuántas me faltarán/ para dar por terminada esta guerra/ y
rendirme. / Entregar las armas/ soltar el ancla/ bajar la mirada/ y
decirlo con palabras/ me rindo/ no puedo más/ me equivoqué...
Batallas pérdidas, "Donde nadie me encuentre", Rakel
Rodríguez, 2014.
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