Mostrando entradas con la etiqueta llamas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta llamas. Mostrar todas las entradas

domingo, 21 de febrero de 2021

El fuego que no cesa

Desde el Sur tenía uno la convicción de que ardía la tierra que habito, fruto del enfado, el hartazgo y la frustración ante decisiones sospechosas de arbitrariedad.
Y ese fuego, que en el caso de Jaén era metafórico, se ha tornado real en otros lares. Y ahora sí, arden las calles y grupos descontrolados en un ejercicio de violencia aplican fuego que lejos de iluminar contribuye a ensombrecer.
Las llamas se apropian de las ciudades y a la par que queman contenedores y parte del mobiliario urbano van achicharrando argumentos y desvirtuando la legítima reclamación de la protesta. 
Un rapero, un tal Hasel, de dudoso gusto y escaso talento musical, es condenado. Según unos, por la letra de sus canciones, y según otros, por la acumulación de delitos. El caso es que una vez más el trasfondo es la libertad de expresión, que debería ser clara en este país tras décadas de democracia y a tenor de donde veníamos. 
Lejos de eso, la aplicación de dicha libertad es tan caprichosa como esas otras sospechosas decisiones en ámbitos políticos y judiciales. El caso es que se aplica de forma desigual y curiosamente la responsabilidad penal siempre recae a la izquierda, con la inestimable ayuda de los diferentes grupos de presión; y entiéndanse estos en su amplitud y variedad. 
No creo que todo esto sea por aquello de que el fuego purifica. Es indudable que los fuegos y las descontroladas protestas están levantando una gran cortina de humo, que beneficia a muchos y ninguno de ellos es el rapero condenado. 
El fuego siempre ha logrado atrapar la atención del que lo contempla y esa fascinación hace que se mantenga la mirada en él y no se fije o se desvíe a otros focos, que quizás literal y visualmente no arden pero achicharran. 
Y en estos casos, tanto en Jaén como en esos otros lares, siempre observo que sobran pirómanos y escasean los bomberos. Será por esa fascinación del fuego o por la creencia en el descenso a los infiernos. O será porque más allá de las llamas lo realmente importante es el humo; cuanto más, mejor.

viernes, 18 de octubre de 2019

El dedo y el fuego

El fuego siempre tuvo algo de purificador, pero también mucho de destrucción. Es innegable la atracción del hombre hacia el fuego y la capacidad de éste para capturar su mirada, para atraparlo en el baile de sus llamas consiguiendo que casi desaparezca lo que hay y ocurre alrededor. 
Ha quemado el fuego bosques, libros, cruces, edificios, automóviles, brujas, herejes… y ahora además se ha convertido en un elemento de manipulación que se sobredimensiona en función de los grados de inclinación de la cámara de fotos o de televisión con que se fotografía o graba para justificar titulares tan incendiarios como el propio fuego. 
El objetivo no es solo que ardan contenedores e improvisadas barricadas en las calles, se trata también de chamuscar la vista y el resto de los sentidos para aletargar las neuronas e incendiar de paso las mentes. 
Y si el fuego es insuficiente no faltará una mano dispuesta a señalar a uno u otro grupo de pirómanos con la esperanza de que si la vista no repara en el grupo deseado al menos quede fija en el dedo. Por ello no produce alarma la ausencia de bomberos y elementos de extinción de incendios y se jalea la abundancia de cerillas, mecheros, banderas y gasolina que como cualquiera sabe son los mejores inventos para sofocar las llamas. 
Porque se trata de eso, de mantener las hogueras, de avivar el fuego, sobre todo en las vísceras, para que los menos se paren a pensar. Y ese dedo, que bien pudiera tener algo de espada flamígera, contribuye sin inocencia a que las llamas cieguen. 
Lo terrible es que se trata de un fuego inhóspito, de esos que no da cobijo y deja que el frío campe a sus anchas. Los pirómanos saben lo que se hacen, o incendian las mentes o dejan que se congelen. Dominan el uso del fuego y la gasolina ya sea con gestos o palabras. No olviden que todo discurso incendiario ha ido generalmente acompañado de un dedo amenazador. Y por supuesto, con la acusación por delante de que quien provoca el fuego es el otro.

sábado, 29 de agosto de 2015

Entre fuegos

Desde la noche de los tiempos se extendió la creencia de que el fuego purifica. No era algo literal, sino más bien una metáfora; pero los guardianes de la costumbre optaron por la literalidad frente a la literatura y aplicaron la llama a la carne para señalar el camino de la salvación. 
No es extraño por tanto que ahora, en nuestro días, sigamos abrasándonos en hogueras reales y ficticias. Aceptamos la condición destructora del fuego, puede que incluso la purificadora, y aplicamos la llama en carne propia y ajena. Y ardemos en esos fuegos, de igual manera que aceptamos su uso como elemento para destruir lo construido por el hombre, lo recibido de la naturaleza..., la vida. 
Es el mismo fuego que sirve para calentar o cocinar. Aquel que nos alumbró y de alguna manera contribuyó a iluminar a la humanidad. Y sin embargo, preferimos contemplarlo como algo terrible. Dañino. No es nuevo, siempre triunfa la visión negativa de lo que nos rodea; hasta cuando tiene algo bueno que ofrecer. 
No es extraña la fascinación de algunos ante las llamas. Sea lo que sea lo que arde. Y hayan sido ellos o no los responsables. Pero sí hay una línea que separa la fascinación de la enajenación. 
También es comprensible el deseo de algunos de retornar a pasados fuegos. Revisitar infiernos. Y vender almas a precio de saldo por un momento más entre las llamas. 
¿Una noche en el infierno? ¿Drogas y rock y un demonio con cara de ángel hasta el amanecer? Algunos se aferrarían a la purificación. Y clamarían por el fuego ¡Qué paradoja! Fuego llama a fuego. 
Pero otros, que han conocido esos fuegos y aquellos que nacen dentro para propagarse por la piel, no tienen miedo a quemarse. Incluso se abrasarían gustosos, aunque solo fuera una noche. Frente a la literalidad y para mantener el uso y significado de la metáfora.