martes, 11 de octubre de 2016

El entrañable lector de periódicos

No faltó a su cita de lunes a viernes durante cuatro semanas. Cada día el mismo ritual, llegaba a media mañana cogía el periódico y buscaba un banco para sentarse y leerlo; a ser posible alguno de aquellos bancos a los que el sol no alcanzaba y que estaban más alejados de las aulas. Cuando terminaba de leer el diario se levantaba, volvía a ponerse el sombrero y las gafas de sol y se dirigía a la mesita en la esquina del patio del Palacio de Jabalquinto de donde lo había cogido para depositarlo allí de nuevo. Y se marchaba. Podía haberse llevado el periódico como hacían otros muchos. De hecho los periódicos estaban allí principalmente a disposición de alumnos y profesores para que pudieran leerlos y llevárselos si querían; tampoco se realizó nunca objeción alguna a aquellos que procedentes de lugares ajenos a la Universidad acudían a hacerse con un ejemplar ‘por la patilla’. Pero él nunca se lo llevó. 
Piedad y yo no tardamos en descubrirlo. Lo observábamos cada mañana, casi siempre con prisa mientras nos desplazábamos por las escaleras, el patio y la galería del Palacio para llegar a las puertas de las aulas en busca de directores y ponentes de los cursos para que fueran entrevistados. Como aquel empedernido lector, nosotros también teníamos un ritual diario; menos pausado que el suyo. Nos pareció entrañable. Y convertimos aquella escena en la imagen de los Cursos de Verano 2016 del Campus Antonio Machado de Baeza (Jaén) de la UNIA. 
Nunca intercambiamos una palabra con él. Simplemente, le observábamos. Uno de los últimos días al pasar, sin que él se percatara y desde el preámbulo de la inmortalizada escalera del Palacio le hice una foto con el móvil. Al regresar al despacho le pedí a Piedad que le hiciera alguna foto con la Canon, desde la distancia y la discreción que te permite el teleobjetivo. 
Hizo las fotografías en color y en blanco y negro. Y en ellas atrapó la ternura que le producía aquel lector de periódicos. Y también su fragilidad; aquella vulnerabilidad que se hacía más notoria al contemplar desde lejos esa figura empequeñecida al ocupar un extremo del banco, delante de aquellas fotos de grandes dimensiones de la exposición “Mujer”, junto a las columnas del patio y bajo sus arcadas y en comparación con el resto del propio patio con su fuente y sus naranjos en el centro. 
Si, aquel viejito era entrañable. No solo por regalarnos cada mañana esa imagen mezcla de ternura y vulnerabilidad, también por hacernos partícipes de su ritual y por permitirnos compartir ese instante en el que de alguna forma se producía una comunión entre nuestro trabajo como periodistas y su condición de lector del periódico. El origen y el fin de la noticia. 

Foto: Piedad Bejarano
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