No recuerdo su nombre. En realidad ignoro si alguna vez lo tuvo. Pero seguro que lo denominábamos de alguna forma por la que sabíamos que nos referíamos a él y no a otro objeto.
Recuerdo que era el resultado de realizar varios dobleces con el papel, que pintábamos algunas de sus caras y que lo movíamos con los dedos, abriéndolo como los pétalos de una flor y ofreciendo al de al lado la posibilidad de elegir alguna de esas caras y descubrir qué se escondía debajo.
Entonces parecía un juego inocente. Probablemente lo era. Pero ahora, años más tarde, haciendo girar entre las manos un cubo de Rubik la memoria se convierte en un hilo conductor que me lleva desde las caras de colores del cubo mágico a aquellas otras caras de papel coloreado y éstas, a su vez, me conducen a un poliedro. Y ya aquel juego infantil no me parece tan inocente, sino algo premonitorio o experimental.
Es éste un poliedro más complejo, compuesto de huesos, músculos, arterias, venas y vísceras conocidas como órganos vitales. Pero también aderezado con emociones, sentimientos y con una carga de experiencias y aprendizaje. Tiene diversas caras como el cubo mágico y aquel entretenimiento de papel, aunque paradójicamente podría tener solamente una y el resto actuar como pequeños espejos que reflejan y deforman esa única cara a ojos de quien la contempla. Y sin embargo, lo más probable es que el poliedro esté compuesto de varias caras mostradas a voluntad y dependiendo del ojeador, con la única finalidad de trasladarle una imagen interesada y no la real, en un intachable ejercicio de hipocresía.
Pudiera ser que en ocasiones al querer mostrar una de esas caras se mostrara inadvertidamente otra, perdiendo el control sobre la imagen proyectada y por tanto, ignorando la percepción real del ojeador sobre la imagen recibida, en una evidente e involuntaria distorsión del proceso comunicativo.
Y pudiera ser que de tanto mostrar unas caras y esconder otras, acabaran por mezclarse y confundirse, de tal modo que tanto el ojeador como el propio poliedro olvidaran si había una sola cara, reflejada por el resto de las caras, o varias. Llegados a ese punto, sólo quedaría la máscara.
Recuerdo que era el resultado de realizar varios dobleces con el papel, que pintábamos algunas de sus caras y que lo movíamos con los dedos, abriéndolo como los pétalos de una flor y ofreciendo al de al lado la posibilidad de elegir alguna de esas caras y descubrir qué se escondía debajo.
Entonces parecía un juego inocente. Probablemente lo era. Pero ahora, años más tarde, haciendo girar entre las manos un cubo de Rubik la memoria se convierte en un hilo conductor que me lleva desde las caras de colores del cubo mágico a aquellas otras caras de papel coloreado y éstas, a su vez, me conducen a un poliedro. Y ya aquel juego infantil no me parece tan inocente, sino algo premonitorio o experimental.
Es éste un poliedro más complejo, compuesto de huesos, músculos, arterias, venas y vísceras conocidas como órganos vitales. Pero también aderezado con emociones, sentimientos y con una carga de experiencias y aprendizaje. Tiene diversas caras como el cubo mágico y aquel entretenimiento de papel, aunque paradójicamente podría tener solamente una y el resto actuar como pequeños espejos que reflejan y deforman esa única cara a ojos de quien la contempla. Y sin embargo, lo más probable es que el poliedro esté compuesto de varias caras mostradas a voluntad y dependiendo del ojeador, con la única finalidad de trasladarle una imagen interesada y no la real, en un intachable ejercicio de hipocresía.
Pudiera ser que en ocasiones al querer mostrar una de esas caras se mostrara inadvertidamente otra, perdiendo el control sobre la imagen proyectada y por tanto, ignorando la percepción real del ojeador sobre la imagen recibida, en una evidente e involuntaria distorsión del proceso comunicativo.
Y pudiera ser que de tanto mostrar unas caras y esconder otras, acabaran por mezclarse y confundirse, de tal modo que tanto el ojeador como el propio poliedro olvidaran si había una sola cara, reflejada por el resto de las caras, o varias. Llegados a ese punto, sólo quedaría la máscara.
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