La paz es una casa común, que necesita sólidos cimientos y fuertes muros; ventanas por las que entre el aire y por las que ver y ser visto y puertas prestas a abrirse para recibir a aquellos que quieran morarla.
Su construcción es tarea de muchos. Se necesita rebuscar en el baúl de las palabras para extraer y utilizar las adecuadas; la mirada reflejada en los ojos del otro; el paso firme de los convencidos, que no son otros que aquellos que superan los obstáculos de la duda; y las manos tendidas.
Sus paredes se levantan con esfuerzo y generosidad. Sin renunciar a la memoria, pero escuchando al corazón. Y no cuenta con más barrotes que los cincelados por la distancia que separa el perdón del arrepentimiento.
Y a pesar de los materiales empleados y la esperanza de sus constructores en que asemeje una fortaleza, la paz siempre será una construcción frágil, sometida al viento de los caprichos de esos a los que no les importa su derrumbe o incluso derribarla con tal de mantener la propiedad del solar.
Su construcción es tarea de muchos. Se necesita rebuscar en el baúl de las palabras para extraer y utilizar las adecuadas; la mirada reflejada en los ojos del otro; el paso firme de los convencidos, que no son otros que aquellos que superan los obstáculos de la duda; y las manos tendidas.
Sus paredes se levantan con esfuerzo y generosidad. Sin renunciar a la memoria, pero escuchando al corazón. Y no cuenta con más barrotes que los cincelados por la distancia que separa el perdón del arrepentimiento.
Y a pesar de los materiales empleados y la esperanza de sus constructores en que asemeje una fortaleza, la paz siempre será una construcción frágil, sometida al viento de los caprichos de esos a los que no les importa su derrumbe o incluso derribarla con tal de mantener la propiedad del solar.
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