Se acabó. Llevamos demasiados años esperando esta noticia. El adiós a las armas de la ETA. Así que cuesta un poco creer que por fin ha llegado. Comenzaron a matar cuando era un niño, por lo que bien podría decir que he convivido, como tantos otros en este país, con el terrorismo etarra durante toda mi vida.
Quien es de Madrid o vivía en Madrid sabe que hubo una época en que esa convivencia era cotidiana. También en otros lugares, pero Madrid ocupó un lugar de privilegio como escenario del terror; bombas, disparos en la nuca, operaciones jaula, sirenas de policía y ambulancias, dolor y luto. 43 años y cerca de un millar de muertos. Negras estadísticas del horror.
Hoy, con permiso de Serrat, puede ser un gran día. Fundamentalmente para los demócratas, para aquellos que creíamos que al terror no se le combate con sus mismas armas (se llamasen GAL, Batallón Vasco Español o cualquier otra cosa), para los que creíamos que los muertos no eran moneda de cambio y que había que anteponer la paz a la obtención de réditos políticos (porque no tenía más valor la muerte de Gregorio Ordóñez que la de Enrique Casas o la de Ernest Lluch que la de Miguen Ángel Blanco), para los que siempre pensamos que la mejor aliada de la ley era la palabra.
Hoy, 20 de octubre de 2011, ETA anuncia el fin de la actividad armada. Pero queda un largo camino por recorrer. Ha llegado el momento de entregar las armas. Y ha llegado el momento más difícil, el de sentarse cara a cara con los asesinos y hablar. Ha llegado el momento de construir el futuro y de convivir, especialmente en el País Vasco, y para ello será indispensable la generosidad de las víctimas.
Si lo conseguido hasta ahora parecía difícil, da la sensación de que ese futuro inmediato presenta mayor dificultad. Porque puede haber escisiones (como ha ocurrido con otros grupos terroristas, lo que implica más muertes); porque igual que contra la dictadura franquista, hay quienes contra el terrorismo han “vivido” muy bien y no querrán renunciar a su protagonismo político o mediático; porque habrá que aceptar sin miedos que en las instituciones se debatan ideas que hasta ahora algunos defendían con las armas (y hay quien teme más a las palabras, al diálogo, que a las balas).
Desterrado el anacronismo del terror es el momento de tender las manos y construir puentes. Y eso siempre es más complejo que destruirlos. Porque no es fácil perdonar, comprender y mucho menos olvidar.
Quien es de Madrid o vivía en Madrid sabe que hubo una época en que esa convivencia era cotidiana. También en otros lugares, pero Madrid ocupó un lugar de privilegio como escenario del terror; bombas, disparos en la nuca, operaciones jaula, sirenas de policía y ambulancias, dolor y luto. 43 años y cerca de un millar de muertos. Negras estadísticas del horror.
Hoy, con permiso de Serrat, puede ser un gran día. Fundamentalmente para los demócratas, para aquellos que creíamos que al terror no se le combate con sus mismas armas (se llamasen GAL, Batallón Vasco Español o cualquier otra cosa), para los que creíamos que los muertos no eran moneda de cambio y que había que anteponer la paz a la obtención de réditos políticos (porque no tenía más valor la muerte de Gregorio Ordóñez que la de Enrique Casas o la de Ernest Lluch que la de Miguen Ángel Blanco), para los que siempre pensamos que la mejor aliada de la ley era la palabra.
Hoy, 20 de octubre de 2011, ETA anuncia el fin de la actividad armada. Pero queda un largo camino por recorrer. Ha llegado el momento de entregar las armas. Y ha llegado el momento más difícil, el de sentarse cara a cara con los asesinos y hablar. Ha llegado el momento de construir el futuro y de convivir, especialmente en el País Vasco, y para ello será indispensable la generosidad de las víctimas.
Si lo conseguido hasta ahora parecía difícil, da la sensación de que ese futuro inmediato presenta mayor dificultad. Porque puede haber escisiones (como ha ocurrido con otros grupos terroristas, lo que implica más muertes); porque igual que contra la dictadura franquista, hay quienes contra el terrorismo han “vivido” muy bien y no querrán renunciar a su protagonismo político o mediático; porque habrá que aceptar sin miedos que en las instituciones se debatan ideas que hasta ahora algunos defendían con las armas (y hay quien teme más a las palabras, al diálogo, que a las balas).
Desterrado el anacronismo del terror es el momento de tender las manos y construir puentes. Y eso siempre es más complejo que destruirlos. Porque no es fácil perdonar, comprender y mucho menos olvidar.
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