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lunes, 2 de mayo de 2011

Información y propaganda

Lo de matar al mensajero viene de lejos, de tiempos de la antigua Grecia; así que desde entonces se ha ampliado el catálogo de la matanza y se han refinado las maneras, pero sin llegar a la consideración de las bellas artes.
No es extraño pues que hoy en este país algunos vividores de la cosa política pidan públicamente la cabeza del mensajero. Confunden información con propaganda, por lo que además de padecer alergia a la información veraz, sólo admiten, faltaría más, la difusión por cualquier medio de la propaganda propia.
Es evidente que entienden los medios de comunicación públicos como un instrumento al servicio de sus intereses y de su partido; de modo que la despolitización gubernamental de la principal televisión pública de este país, TVE, mayores atribuciones en la toma de decisiones profesionales a sus trabajadores y la elección de su máximo responsable por 2/3 del Congreso de los Diputados, les incomodan porque suponen en la práctica un impedimento a la difusión de la propaganda y a la manipulación informativa como las que realizan en las televisiones públicas de aquellos territorios en donde gobiernan.
El desprecio hacia la información veraz y al trabajo riguroso de los profesionales de la información (periodistas, cámaras, fotógrafos…), incluso a los propios profesionales, es tan patente, que ni lo disimulan. Y ante el plácet y la servidumbre de los propios medios de comunicación y la escasez de peso y de representación de las organizaciones profesionales realizan convocatorias de prensa negando a los periodistas el derecho a preguntar o impiden el acceso a los medios audiovisuales a actos supuestamente públicos de dirigentes políticos para facilitar a través del partido imágenes y discursos “enlatados” y homogeneizados.
No protestan, por supuesto, cuando una televisión pública como TVE nos agrede el sábado y el domingo a la hora del almuerzo, es decir, en la franja horaria de mayor audiencia de los informativos, confundiendo pluralidad con cuota de pantalla, “metiendo” en nuestros hogares a los políticos de guardia, tipos como José Blanco o Javier Arenas, que no tienen qué decir pero que nos castigan los fines de semana con sus frases huecas, u otros como Leire Pajín o Esteban González Pons, políticos papagayos, que repiten sin salirse del guión el argumentario aprendido de memoria y que sirve igual para una crisis mundial que para una catástrofe natural o el enésimo partido del siglo.
Tampoco les importa que se mezclen y confundan información y propaganda en época electoral y que la democracia informativa, la auténtica pluralidad, se niegue a la audiencia; ya que los denominados espacios electorales en las televisiones públicas están sujetos a un minutaje en función de los resultados obtenidos en los últimos comicios, es decir, por representación en las instituciones y no por concurrencia a las elecciones. De modo que un partido o una formación política que se presentan por vez primera a unas elecciones o aquellos que no obtuvieron representantes en ayuntamientos o parlamentos en las anteriores están condenados al silencio, a la discriminación en los medios de comunicación respecto a los partidos con representación, que nunca defenderán un minutaje igual para todas las formaciones y partidos políticos que concurren a un proceso electoral; las mismas oportunidades y las mismas reglas de juego para todos. Y por supuesto, que esos espacios electorales estén identificados visualmente para el espectador y fuera del cuerpo de los informativos.
Siglos después, la solución para algunos sigue siendo la muerte del mensajero. Para aquellos que rechazan la información veraz y apuestan por la propaganda como garantía de deformación y de desinformación. Los que no están dispuestos a dejar el periodismo en la pluma de los periodistas, ni la justicia en las togas de los jueces. Los que creen en la manipulación como excelsa arte.

jueves, 14 de octubre de 2010

El sueldo del cobre

En ocasiones, casi siempre, la información sobre determinados hechos acaba transformándose en propaganda. De modo que los hechos y las causas de esos hechos pasan a un segundo plano y vemos bajo los focos a quien no es o no debería ser protagonista y cuya obligación principal es velar y legislar para que hechos similares no vuelvan a repetirse.
Se juega con las emociones y con la esperanza. Y de pronto, el desierto, un campamento en mitad de la nada, parece Manhattan o un gran plató de televisión desde el que se ofrece el mayor reality show que se recuerda tras la tragedia de los atentados de las torres gemelas.
33 vidas han sido devueltas a la faz de la tierra, casi arrancadas a las entrañas de la misma, gracias a las nuevas tecnologías y al tesón y compañerismo de unos mineros de Pensylvania; protagonistas involuntarios de un drama similar, que tendieron la mano desde el Norte para recordarnos que la solidaridad y el sufrimiento de los hombres crea lazos más allá de la grandeza y miseria de las naciones y de sus gobernantes.
Un hombre de negocios al frente de un país. ¡Qué negocio! Otro hombre de negocios que inicia ya la carrera presidencial “regalando” plata, 10.000 dólares por cabeza, a los 33 rescatados. Los mismos a quienes se niega el sueldo de los casi 70 días atrapados bajo la tierra y a los que se adeuda como al resto de sus compañeros el salario de varios meses. Laboro bajo la tierra, sin paga y sin seguridad.
Puede que el viento del desierto en Atacama traiga mezcladas con la arena aquellas palabras del presidente inolvidable, “el cobre es el sueldo de Chile”. El mismo cobre, que al nacionalizarse su explotación, fue la excusa perfecta para la intervención de Estados Unidos, promoviendo allá por septiembre de 1973 el golpe militar y sustentando la posterior dictadura del terror. El mismo cobre que de una forma u otra sigue cobrándose la vida de los chilenos. ¿Cuántos en la misma situación quedaron atrapados bajo la tierra para siempre? ¿A cuántos se les negó el rescate? ¿Cuántos fueron condenados a la muerte y al silencio?
Hoy la fortuna sonrió a 33. Son hombres libres. La apuesta por la vida, lo natural, es lo excepcional. Orgullo de patria. Banderas al viento. Dónde quedaron las grandes alamedas por las que pasear.