Mostrando entradas con la etiqueta Renacimiento. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Renacimiento. Mostrar todas las entradas

lunes, 6 de septiembre de 2010

El vestigio de Santa Cruz

Cuatro semanas para que se abran las puertas del templo. Ignoro si la demora esconde una segunda lectura o una interpretación oculta, en las que los visitantes y el encargado de franquear la entrada son meros instrumentos del destino o de directrices divinas. Lo cierto es que a la cuarta ha ido la vencida y la iglesia de Santa Cruz, vestigio de románico tardío entre el Renacimiento monumental de Baeza ha abierto por fin sus puertas para que los participantes en las visitas nocturnas guiadas, organizadas por la UNIA, puedan franquearlas y atestiguar el contraste entre una y otras expresiones arquitectónicas.

La iglesia se alza en un lado de la plaza del mismo nombre, frente a los renacentistas Palacio de Jabalquinto y la Antigua Universidad, entre cuyos muros Antonio Machado impartió clases y soñó versos.

De atípica altura para un templo románico, sus muros han descubierto antiguos frescos de rostros alargados y severos, escenas de crucifixión y martirio, tras una reciente restauración. Las mismas caras y escenas que trasladarían siglos atrás un temor que imagino infinito a los lugareños.

Palpo las piedras y siento esa necesidad de que me hablen. De que abandonen su silencio y de alguna forma me cuenten como en esa época pretérita, esos mismos muros eran a la vez sinónimo de protección y de amenaza. Cómo el párroco subía al púlpito, para desde la penumbra de una iglesia alumbrada con velas, antesala de una oscuridad más temible y amenazante en las calles, hablaría de salvación y de condena, de pecado y castigo, de premios, gozos y vida eterna. Pienso en sus palabras apoyadas desde el silencio por los serios rostros de las paredes del templo y no dudo de que la noche negra se apoderase del sueño de los feligreses. No dudo de que el temor superase a la fe.

Hoy, siglos más tarde, la iglesia de Santa Cruz permanece como testigo de aquel tiempo en el que la religión era el centro sobre el que giraba el mundo y los dioses se alzaban sobre los hombres. Y no dudo de la intencionalidad en mantener ese templo románico frente a edificios del Renacimiento, en un tiempo en que los dioses dejaron paso a los hombres y estos fueron la medida y el eje.

Las piedras no hablan con palabras, pero pese a incrédulos dicen más de lo que podemos pensar. Sólo necesitamos escucharlas.

sábado, 27 de junio de 2009

Vuelvo a Baeza


He vuelto a Baeza. La del Renacimiento entre olivos. La de Machado. La de los ochíos con pimentón. La de los virolos de hojaldre espolvoreados con blanca azúcar. La de la UNIA.
En tiempos en que un amigo virtual deambula entre la realidad y el delirio. En ocasiones tan cercanos. Yo abandono definitiva pero temporalmente la fila de los desheredados y paso a formar parte de la de los privilegiados.
Entre piedras. Hermosas piedras que dan forma a no menos hermosos edificios. Vuelvo, 4 años más tarde, a la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA), a su sede de Baeza. Mi amiga Carmen, que siempre tiene un pensamiento para mí en mis malos momentos; no sólo se acuerda de mí, sino que dando muestras de su generosidad me regala además su amistad.
Del blanco al negro. Sin estaciones y sin matices. Me convierto en un privilegiado. No sólo por abandonar la fila de los desheredados, también por la amistad, si no por volver al Palacio de Jabalquinto. Uno de esos hermosos edificios construidos con hermosas piedras. Un lugar donde en un pasado no muy lejano hallé la paz. Donde mis demonios duermen, quizás abrumados por el peso de la historia y por la contundencia de los muros de piedra. Donde conviven los alumnos y docentes de los cursos de verano con las hornadas de turistas que visitan el edificio y se fotografían en él. Y donde esporádicamente he disfrutado del silencio; en un rincón del patio arcado con la fuente en el centro, entre la divisoria del sol y la sombra, contemplando los rayos del sol sobre el agua de la fuente y siguiendo con la mirada el vuelo de los gorriones hasta el pretil de la fuente, donde muere su vuelo y toman el agua en su pico para remontar de nuevo el vuelo.
Vuelvo a Baeza. Y eso es para mí un motivo de celebración. Ahora, escribiendo estas líneas, saboreó por partida doble: un güisquito y “El Arte del Sabor”, el primero es un Chivas, el segundo, una pequeña joya de Bebo Valdés, el pequeño gran Cachao y el inmenso Patato; y de cucharada Paquito D’Rivera. Y mientras celebro, recuerdo. Retrocedo en el tiempo 4 años.
Mi habitación daba a la fachada de la catedral. Durante unos días ondeó sobre su torre una bandera blanca. Pensé que se habían rendido. Juro que lo pensé. Y también, que debíamos ir a tomar posesión del templo. Pensé en una rendición sin condiciones. La aceptación de la derrota tras siglos de luchas. Pero me equivoqué. Debió ser un delirio. Esa bandera blanca formaba parte de una tradición que no recuerdo y coincidía con la visita del nuevo obispo de la provincia a la seo baezana. La realidad.
Entre los delirios, los deseos y la realidad, nuestra vida continúa. Con lo bueno y lo malo, con lo mejor y lo peor. Así vamos. Así nos va. Así me va.