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miércoles, 2 de septiembre de 2009

Paréntesis

Portaba un cargamento, aunque no era consciente de ello. Es lo que tienen las nuevas tecnologías, que al final no sabes ni lo que llevas encima. Así que en cierta medida, te sorprendes. El cargamento al que me refiero es de música, traía conmigo al Gato Barbieri, al gran Paquito D’Rivera, a Michel Camilo, a Herbie Hancock... Así que mi habitación parece en algunos momentos una auténtica jam session.
Subo el estor de la ventana y contemplo la plaza de la catedral y la fuente iluminadas. Me siento a escribir en el ordenador y las notas de música me acompañan. La noche avanza y a veces no me doy cuenta de ello hasta que la plaza queda a oscuras, iluminada sólo por el resplandor de la luna. Miro el reloj y el sentido común me dice que es hora de apagar el ordenador e intentar dormir unas horas, porque mañana el móvil hará sonar la alarma a las siete y media y ya no habrá tregua.
Aún así echo una última mirada por la ventana, a través de los barrotes siento el frescor de la madrugada y contemplo en la penumbra las escaleras de piedra, la torre de la catedral y en primer término las ramas de dos árboles, únicos testigos de mi trasnochar.
En ese momento siento deseos de apurar una taza de café o un trago, aún a sabiendas de que he de conformarme con un vaso de agua. La música está muy baja, apenas perceptible para el oído, pero siento los acordes de metal, los dedos en el piano…
Y hago todo consciente de que es un paréntesis y de que el final está próximo; de que en breve volveré al mismo abismo de los desheredados que abandoné hace apenas dos meses. A pesar de que este intramuros y sus silencios aletargan los sentidos y varían la percepción del tiempo, de modo que esos dos meses parecen años. Y consciente de que mis demonios están latentes y no patentes, pienso en aquella frase y no recuerdo de quién de que a los demonios hay que dominarlos y no temerlos; yo ni los domino, ni los temo, convivo con ellos.

sábado, 27 de junio de 2009

Vuelvo a Baeza


He vuelto a Baeza. La del Renacimiento entre olivos. La de Machado. La de los ochíos con pimentón. La de los virolos de hojaldre espolvoreados con blanca azúcar. La de la UNIA.
En tiempos en que un amigo virtual deambula entre la realidad y el delirio. En ocasiones tan cercanos. Yo abandono definitiva pero temporalmente la fila de los desheredados y paso a formar parte de la de los privilegiados.
Entre piedras. Hermosas piedras que dan forma a no menos hermosos edificios. Vuelvo, 4 años más tarde, a la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA), a su sede de Baeza. Mi amiga Carmen, que siempre tiene un pensamiento para mí en mis malos momentos; no sólo se acuerda de mí, sino que dando muestras de su generosidad me regala además su amistad.
Del blanco al negro. Sin estaciones y sin matices. Me convierto en un privilegiado. No sólo por abandonar la fila de los desheredados, también por la amistad, si no por volver al Palacio de Jabalquinto. Uno de esos hermosos edificios construidos con hermosas piedras. Un lugar donde en un pasado no muy lejano hallé la paz. Donde mis demonios duermen, quizás abrumados por el peso de la historia y por la contundencia de los muros de piedra. Donde conviven los alumnos y docentes de los cursos de verano con las hornadas de turistas que visitan el edificio y se fotografían en él. Y donde esporádicamente he disfrutado del silencio; en un rincón del patio arcado con la fuente en el centro, entre la divisoria del sol y la sombra, contemplando los rayos del sol sobre el agua de la fuente y siguiendo con la mirada el vuelo de los gorriones hasta el pretil de la fuente, donde muere su vuelo y toman el agua en su pico para remontar de nuevo el vuelo.
Vuelvo a Baeza. Y eso es para mí un motivo de celebración. Ahora, escribiendo estas líneas, saboreó por partida doble: un güisquito y “El Arte del Sabor”, el primero es un Chivas, el segundo, una pequeña joya de Bebo Valdés, el pequeño gran Cachao y el inmenso Patato; y de cucharada Paquito D’Rivera. Y mientras celebro, recuerdo. Retrocedo en el tiempo 4 años.
Mi habitación daba a la fachada de la catedral. Durante unos días ondeó sobre su torre una bandera blanca. Pensé que se habían rendido. Juro que lo pensé. Y también, que debíamos ir a tomar posesión del templo. Pensé en una rendición sin condiciones. La aceptación de la derrota tras siglos de luchas. Pero me equivoqué. Debió ser un delirio. Esa bandera blanca formaba parte de una tradición que no recuerdo y coincidía con la visita del nuevo obispo de la provincia a la seo baezana. La realidad.
Entre los delirios, los deseos y la realidad, nuestra vida continúa. Con lo bueno y lo malo, con lo mejor y lo peor. Así vamos. Así nos va. Así me va.