jueves, 19 de agosto de 2010

Tensión

Ayer estuve viendo una obra de teatro (“El maravilloso mundo de los animales. Los corderos”), en la cual un foco de luz central sobre una estructura de tamaño reducido, reproduciendo una habitación, hasta 5 actores compartiendo ese pequeño espacio, la violencia gestual de los personajes y la incertidumbre sobre el desarrollo de la obra instalaban al espectador en un estado continuo de tensión.
Contrariamente a lo que pueda pensar más de uno la tensión no tiene porque ser algo negativo. Es más, diría que en ocasiones la realización de determinadas tareas demanda una cierta dosis de tensión para su consecución. Si bien es cierto que en demasía en nuestra rutina diaria hay infinidad de situaciones y elementos que nos provocan tensión, con consecuencias e influencia negativas sobre nuestra conducta o nuestro estado de ánimo.
También existen personas que con su presencia o sus palabras generan tensión. Voluntaria o involuntariamente, e incluso de forma sistemática. En algunas personas esa voluntariedad para provocar tensión es manifiesta. Suelen ser personas poseedoras de un ego superlativo y con la creencia de que son imprescindibles y necesarias; cuando la realidad es que ni se las llama, ni se las espera, por lo que además de prescindibles, son innecesarias.
A mí la tensión me eriza el lomo. Activa mis sentidos, como si alguien pulsara un botón de alarma y eso me pusiera en alerta. Pero con los años, más allá de esos indicadores externos, me limito a tratar de conservar la calma, aunque los nervios me coman por dentro, y me inclino por la razón frente al instinto.
Así que cuando un provocador se pasa de la raya, que es como atravesar la frontera, en busca de la respuesta violenta, gestual, verbal y a ser posible física, soy partidario de mantener la calma.

No hay que ser un lince para saber que en medio o alrededor del fuego, aquellos que corren con un bidón de gasolina no son bomberos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario