Madrid dista de la ciudad que habito unas tres horas en coche. Después de atravesar media Península, un viaje de tres horas en automóvil es un paseo. Disfrutas de la conducción, escuchas algo de música, un par de paradas y cuando te quieres dar cuenta has llegado a tu destino.
Esas casi tres horas de carretera son un privilegio en forma de tiempo para pensar. La corta estancia en Barcelona y Madrid le ha ido bien a este gato para despejarse y ahora su cabeza es como una olla en permanente ebullición. Con una diferencia evidente, el contenido de la olla se conoce de antemano y por tanto, se sabe el objetivo y se espera el resultado; mientras que el resultado de lo que se cuece en una cabeza es en la mayoría de los casos inesperado.
La soledad es una buena compañera para los pensamientos, pero he de reconocer que no realicé ese viaje en solitario. En la primera parada, la del primer café, aprovechando que la puerta del coche estaba abierta y sin mediar invitación, se introdujo en él una pasajera, de la que a pesar de numerosos intentos, incluida una segunda parada, no pude deshacerme. De nada sirvió bajar las ventanillas varias veces o dejar la puerta abierta del coche un buen rato en esa segunda parada. Se había propuesto viajar y nada podría impedírselo.
La culpa es mía. Debía tener buen gusto musical. Y la había recibido con London Calling, de The Clash, y con Balmoral, del Loco. Así que mis intentos para hacerla abandonar el coche fueron inútiles. Me acompañó el resto del trayecto, sin articular palabra y sólo interrumpiendo mis pensamientos con un suave aleteo y su reiterado vuelo.
Es lo malo de las moscas, carecen de conversación y no dejan de revolotear a tu alrededor, poniendo a prueba nervios y paciencia. Y a decir verdad, dudo que tengan siquiera buen gusto musical.
Cuando era pequeño me dedicaba a arrancarles las alas, pero es fácil deducir que a pesar de las muchas a las que se las arranqué, hay más volando por ahí. Del mismo modo que es posible creer que mi incómoda pasajera no fuera más que una mala jugada del destino o la encarnación de una Némesis con alas.
Esas casi tres horas de carretera son un privilegio en forma de tiempo para pensar. La corta estancia en Barcelona y Madrid le ha ido bien a este gato para despejarse y ahora su cabeza es como una olla en permanente ebullición. Con una diferencia evidente, el contenido de la olla se conoce de antemano y por tanto, se sabe el objetivo y se espera el resultado; mientras que el resultado de lo que se cuece en una cabeza es en la mayoría de los casos inesperado.
La soledad es una buena compañera para los pensamientos, pero he de reconocer que no realicé ese viaje en solitario. En la primera parada, la del primer café, aprovechando que la puerta del coche estaba abierta y sin mediar invitación, se introdujo en él una pasajera, de la que a pesar de numerosos intentos, incluida una segunda parada, no pude deshacerme. De nada sirvió bajar las ventanillas varias veces o dejar la puerta abierta del coche un buen rato en esa segunda parada. Se había propuesto viajar y nada podría impedírselo.
La culpa es mía. Debía tener buen gusto musical. Y la había recibido con London Calling, de The Clash, y con Balmoral, del Loco. Así que mis intentos para hacerla abandonar el coche fueron inútiles. Me acompañó el resto del trayecto, sin articular palabra y sólo interrumpiendo mis pensamientos con un suave aleteo y su reiterado vuelo.
Es lo malo de las moscas, carecen de conversación y no dejan de revolotear a tu alrededor, poniendo a prueba nervios y paciencia. Y a decir verdad, dudo que tengan siquiera buen gusto musical.
Cuando era pequeño me dedicaba a arrancarles las alas, pero es fácil deducir que a pesar de las muchas a las que se las arranqué, hay más volando por ahí. Del mismo modo que es posible creer que mi incómoda pasajera no fuera más que una mala jugada del destino o la encarnación de una Némesis con alas.
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