Los viejos rockeros nunca mueren. Pero algunos duermen. A los garitos que alcanzan la etiqueta de clásicos les ocurre algo parecido. Sobreviven a las modas y al envejecimiento de la clientela. Pero cuando vas a tomar un trago están cerrados. Ese es su sueño.
Me ocurrió la otra noche en Barcelona. Las cosas habían empezado bien. Cena en el barrio de Gracia y luego un combinado en una coctelería de reciente apertura, que a priori prometía.
Local amplio, con una barra en exceso larga, taburetes con un toque retro y varias mesas dispuestas sin ocupar todo el espacio. Un par de pantallas y como bienvenida un vídeo musical de The Cure, un buen preámbulo que se fue al diablo con la aparición en la pantalla de George Michael.
He leído y me cuentan que en las grandes ciudades como Madrid y Barcelona están volviendo las coctelerías. En realidad nunca se fueron. Pero los cócteles como tantas otras cosas es asunto de maestros. Y son muchos los que se cuelgan la etiqueta, pero pocos los que alcanzan la maestría. Siempre hay quien piensa que los cócteles como la vida son una cuestión de medida.
Un Gimlet, con notable falta de armonía entre lima y ginebra, y un Mojito, generoso en hierbabuena y azúcar, son una buena muestra del abismo que separa la voluntad de la maestría, aunque es innegable que a base de la primera algunos llegan a la segunda.
Hubiera seguido por Gracia para tomar la segunda. Es más, me hubiera conformado con una copa tranquila en el Café Salambó. Y eso a pesar de que Gracia, como le ocurrió a Malasaña en Madrid, está cambiando y el barrio bohemio, aún conservando la esencia, se está abriendo a visitantes y moradores poco bohemios.
Pero optamos por los clásicos y tanto el Nick Havanna como el Café de las Artes dormían. Mal presagio. Por el camino desdeñamos un garito de veinteañeros con exceso de decibelios y un lounge bar de petardas y dj’s.
Barcelona, con excepciones, me sigue exigiendo una excursión nocturna para tomarme una copa. Hace tiempo que renuncié a la penúltima en beneficio de la última. Pero tuve que conformarme con la penúltima y dejar la última para mejor ocasión. Para un gato noctámbulo el verano y el sueño de los clásicos es un mal cóctel.
Me ocurrió la otra noche en Barcelona. Las cosas habían empezado bien. Cena en el barrio de Gracia y luego un combinado en una coctelería de reciente apertura, que a priori prometía.
Local amplio, con una barra en exceso larga, taburetes con un toque retro y varias mesas dispuestas sin ocupar todo el espacio. Un par de pantallas y como bienvenida un vídeo musical de The Cure, un buen preámbulo que se fue al diablo con la aparición en la pantalla de George Michael.
He leído y me cuentan que en las grandes ciudades como Madrid y Barcelona están volviendo las coctelerías. En realidad nunca se fueron. Pero los cócteles como tantas otras cosas es asunto de maestros. Y son muchos los que se cuelgan la etiqueta, pero pocos los que alcanzan la maestría. Siempre hay quien piensa que los cócteles como la vida son una cuestión de medida.
Un Gimlet, con notable falta de armonía entre lima y ginebra, y un Mojito, generoso en hierbabuena y azúcar, son una buena muestra del abismo que separa la voluntad de la maestría, aunque es innegable que a base de la primera algunos llegan a la segunda.
Hubiera seguido por Gracia para tomar la segunda. Es más, me hubiera conformado con una copa tranquila en el Café Salambó. Y eso a pesar de que Gracia, como le ocurrió a Malasaña en Madrid, está cambiando y el barrio bohemio, aún conservando la esencia, se está abriendo a visitantes y moradores poco bohemios.
Pero optamos por los clásicos y tanto el Nick Havanna como el Café de las Artes dormían. Mal presagio. Por el camino desdeñamos un garito de veinteañeros con exceso de decibelios y un lounge bar de petardas y dj’s.
Barcelona, con excepciones, me sigue exigiendo una excursión nocturna para tomarme una copa. Hace tiempo que renuncié a la penúltima en beneficio de la última. Pero tuve que conformarme con la penúltima y dejar la última para mejor ocasión. Para un gato noctámbulo el verano y el sueño de los clásicos es un mal cóctel.
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