sábado, 25 de agosto de 2012

Poetas de vigilia

Hay quien cuando le abandona el sueño o cuando conciliarlo es una lucha desecha contar ovejas o dar vueltas en la cama y busca palabras para hilar versos. Inventa rimas de vigilia o asonancias en duermevela, cuya vigencia no va más allá del capricho del sueño a tornar.
Poemas esbozados en mitad de la noche cuando el tiempo parece detenido, que no serán recordados, como muchos sueños, porque no subsisten al alba. Hijos del desvelo, apenas les sobrevivirá una estrofa o un verso. Quizás ni eso. Y aún así, al ser concebidos emborronan el espacio y manchan intangibles cuartillas.
Los poetas de la vigilia buscan las palabras en la oscuridad, de modo que al hallarlas es como si vieran la luz; hurtada al iniciar una nueva búsqueda que les devuelve a las tinieblas. Avanzan y retroceden, de la oscuridad a la luz, reconociéndose en un claroscuro que les revela su naturaleza efímera.
A veces, a través de la ventana entreabierta se filtra el resplandor de la luna y eso les basta para postergar el sueño y continuar enhebrando pluma y palabras en el papel.
El despertador les trae las cenizas del poema y les devuelve al quehacer diario. Y es durante el día, cuando despiertos sueñan con escribir. Imaginan los versos de un poema rasgando la noche, que no esté condenado a morir.

domingo, 19 de agosto de 2012

La importancia de la gente

Escucho, no sólo oigo, a Mario Gas a través de las ondas afirmar que “lo más importante es la gente”. En lo colectivo es indiscutible, pero individualmente existen innumerables ejemplos de personas que carecen de importancia o deberían carecerla.
La realidad nos presenta un panorama opuesto, la gente como colectivo no importa y sólo son de interés algunas personas desde una óptica individual. Y al instante surge la pregunta, ¿en qué momento dejó de ser importante la gente? Quizás nunca lo ha sido. Lo importante era llamarse Ernesto y poco o nada importaba Ernesto.
Se convirtió a la gente en números; una mera operación contable exenta de condicionantes morales o de cualquier otra índole ajenos a la estadística o los negocios. La importancia de las personas se reducía al signo marcado por la operación correspondiente y su valor era instrumental, dependiendo de su papel en esa operación y el resultado de ésta. Se impuso el mercadeo y se equiparó el valor al precio.
En esa conversión de personas a cifras se perdió el rumbo. El yerro del camino condujo a la renuncia de valores y al abandono de la razón y el corazón. La montaña de números nos sepultó y ahora apenas somos capaces de estirar los brazos y de abrir la boca para emitir algo similar a un grito, que bien pudiera ser una petición de ayuda o bien una muestra de indignación pero que probablemente no sea más que un exabrupto ininteligible.
Es hora de creer que lo más importante es la gente. Y de demostrarlo. Empezando por cada uno de nosotros. Tiempo de recobrar corazón y razón. De creer en la importancia colectiva sin renunciar a la individual. De reivindicar al ser humano frente al número. Por valía y porque el valor nunca es igual al precio.

martes, 24 de julio de 2012

La Zarabanda

En tierra de fronteras la mezcla es de natural casi obligada. Alcalá la Real es tierra de fronteras y el Festival Etnosur (Encuentros Étnicos en la Sierra Sur), que se celebra en esa población fronteriza durante los últimos 16 años, es planeta de mestizaje. Por ello es normal que su seña de identidad sea la convivencia y que en este territorio, al menos durante los 3 días en que se celebra el festival, poco importe la piel y su cobertura y sólo prime lo que hay debajo, los huesos, los músculos, la sangre… aquello que nos iguala y no establece visibles y conceptuales diferencias.
Donde impera la armonía es lógico que se produzca el retorno. Y el pirata Santiago Auserón, y su alter ego Juan Perro, no han podido escapar a esa tentación de regresar a un espacio que bien pudiera ser el hábitat propio de quien gustar internarse por las veredas que los distintos territorios de la música ofrecen de Norte a Sur, de Este a Oeste.
Si hace dos años participó en Etnosur fundamentalmente con la palabra y dejando un sabroso aperitivo musical junto a Carmen París y los músicos de Cuban Sound Project, en esta edición ha dado el protagonismo a la música con la presentación de una creación pergeñada en esta tierra, La Zarabanda.
Un espectáculo para el que se ha rodeado, como siempre, de grandes músicos; con la presentación incluida del hijo de Martirio con ¡un tres flamenco!, música del polifacético Sitoh Ortega (fotógrafo y músico de la tierra del lagarto) y una bailarina, la Zarabanda, que al mover las caderas agitaba las olas del mar de olivos.
Muchos esperaban un revival de Radio Futura y se encontraron al Perro en estado puro, tirando del torrente de voz para hacer fluir el Río Negro y rescatando algunos temas de Raíces al viento, La huella sonora y Mr. Hambre. Y brindando una impagable interpretación de Las Tres Morillas, un guiño al folclore local y a la esencia de esa Zarabanda.
Sí, puede parecer sorprendente, por lo inhabitual, que exista afinidad entre perros y gatos. En mi descargo diré que soy gato antes que él Perro y cuando Auserón alcanzó esa condición yo ya era incondicional de Radio Futura, como de Los Clash, así que no había margen para la disidencia. Aún conservo el single, en vinilo of course, de La estatua del jardín botánico (cara A) y Rompeolas (cara B) y los recuerdos de conciertos en Rock-Ola, el antiguo Palacio de los Deportes de Goya, Cabestreros, el Rockodromo de la Casa de Campo e incluso un San Isidro en Camoens bailando con abrigo en la Escuela de Calor o uno en la feria de San Lucas en Jaén, en el que Carlos Berges se levantó un pedal de guitarra provocando el ladrido del que todavía no era Perro. Y como no, los mediodías del domingo en la desaparecida La Bovia, en el Rastro, que Auserón frecuentaba con el también desaparecido Enrique Sierra; un café donde eran fijos la rubia con espuma, los productos típicos de Ketama, las redadas policiales y el mural de Nicaragua Sandinista.
Tampoco debe resultar tan extraño, a fin de cuentas La Zarabanda es un baile de perros que los gatos quieren bailar.


viernes, 20 de julio de 2012

Historias humanas

No todo está perdido si una doble página en el periódico es capaz aún de emociarnos y hacernos creer, si habíamos perdido o renunciado a la convicción, que hay miles de historias que merecen ser contadas.
Esta profesión sigue valiendo la pena, a pesar los abundantes sinsabores. Y abrir hoy El País y leer una historia como ésta de Duende y llanto en el fondo del pozo es entreabrir la puerta a la esperanza. Constatar que frente a las cifras inabordables, en cantidad y comprensión, existe todavía corazón.
El corazón que tiene una cantaora para bajar a la mina y sacar ese quejío desde lo más profundo del ser para mostrar a un grupo de mineros que no están solos en su lucha. El corazón que ese grupo de mineros necesita para mantener con dignidad esa lucha. El mismo corazón que mueve a un viejo minero y cantaor de La Unión a ceder la letra de su Minera para que viaje hasta el pozo de una mina en León y recordarnos aquello de la universalidad del lenguaje y el cante. El corazón que pone al escribir quien cuenta esta historia y al filmar ese "viaje a lo más hondo de la lucha obrera". Y el corazón de aquellos que al leerla sienten como algo se remueve dentro, como un escalofrío roza la piel, como se humedecen los ojos y se reseca la garganta.
Ese corazón necesario para dar las gracias a Rocío Márquez, a Alfonso Paredes Niño Alfonso, a Jorge Martínez y a esos ocho de Santa Cruz, el grupo de mineros que desde lo más profundo de la tierra nos recuerdan que somos personas y no números.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/07/19/actualidad/1342727803_371605.html

martes, 17 de julio de 2012

Con la cabeza alta

Hay quien confunde el poder deambular por la vida con la testa alta con el envaramiento. Y no distingue entre aquellos que caminan sin que nada de su conducta y comportamiento pueda avergonzarles y esos otros por naturaleza y actos siesos, distantes y responsables de decisiones que atropellan al prójimo.
Por ello no es extraño que saquen pecho ante auditorios entregados y haciendo gala de la osadía del necio arenguen a la concurrencia incitándola a la altivez. Marcan líneas divisorias en invisibles mapas para distanciarse de la generosidad y evitar ser humildes frente al atropellado y construyen cavernas apuntaladas en la sinrazón y la egolatría.
Poco les importa el sufrimiento ajeno, que en demasía ellos mismos provocan. De igual manera que con sus actos se alejan y en cierta medida reniegan de la fe que presumen profesar. Alardean de buena educación, pero desconocen los más elementales tratados de cortesía y cuando son cogidos en un renuncio y aparecen retratados en su propio exabrupto, miran a otro lado, culpan al más cercano y exhiben el dedo corazón a la envarada manera de su testa, para dejar constancia del dinero malgastado por sus progenitores en prestigiosos centros de enseñanza.
Su conducta, reflejo de su miseria, sería excusa para la chanza, de no ser por la desmesurada lista de damnificados que genera. Y de producirse en otro tiempo, menos crispado e incierto, hallaría al instante la respuesta adecuada, incluso de parientes y allegados.
Pero con las coartadas reales y las artificiales campan a sus anchas, sin importarles pisotear escenarios o instituciones, exhortando con lengua de serpiente y recolectando la aprobación de sus parejos incondicionales.
Conviene recordarles que con la cabeza alta han deambulado los mineros, en esa marcha sin esperanza desde las cuencas hasta Madrid. Y que para dar muestra de envaramiento basta con ser un hijo de fabra, que según cuentan por la tierra sureña que habito son legión frente a los botellines de cerveza.

martes, 10 de julio de 2012

La casa de Bernarda Alba


Volver a los clásicos siempre es una apuesta segura. De modo que en estos tiempos convulsos retornar a García Lorca es en cierta medida una garantía de fortaleza. Aunque claro, ese regreso varía si se trata de la lectura de su poesía o su teatro y por supuesto de si hablamos de la representación teatral de una de sus obras. Y ese es el caso, no otro.
UNIAescenaBaeza me ha brindado la oportunidad de reencontrar a Lorca a través de La casa de Bernarda Alba y de la compañía Alquibla Teatro. Conocido el texto y por tanto, el desarrollo y el desenlace del drama lorquiano, sólo quedaba entregarse a la puesta en escena y a la interpretación de las actrices sobre las tablas del teatro. Cabe añadir que tan solo en una ocasión había visto esta pieza teatral representada, con un reconocido elenco, pero en televisión y en blanco y negro. De modo que casi podría decirse que la contemplaba si no con ojos nuevos, si con algo de la excitante curiosidad de toda primera vez. Excitación y curiosidad que quedaron colmadas con creces.
Alquibla es el punto del horizonte donde los musulmanes dirigen la mirada al rezar. Y la propia compañía teatral que toma de aquí su nombre destaca su inequívoca influencia mediterránea, tanto en repertorio como en su buen hacer. Lorca y su Bernarda Alba contribuyen a la reafirmación de esa mediterraneidad.
Y es nuestra condición de pueblo mediterráneo, tan denostado por los bárbaros del centro y del norte en estos tiempos, lo que nos hace mirar al horizonte desde la orilla del mar, para buscar ese punto que nos sirve de referencia, pero también, y esto es algo que los bárbaros no logran comprender, para el simple deleite.
Cuentan que la crisis ha devuelto al público a los teatros y que ahora en España se representan más obras que hace unos años. Quizás no sea más que una forma de evadirse de la realidad o quizás responda a la búsqueda de cobijo en un lugar que hallamos certezas; un espacio en el que nos reconocemos con nuestros valores y nuestras miserias y en el que se refleja ese carácter tan nuestro, mitad Poncia, mitad Bernarda.
La realidad y el carácter que supo recoger Lorca en obras y personajes, en los que aparecemos retratados no sólo cuando se levanta el telón, sino cuando abandonamos el teatro.

jueves, 5 de julio de 2012

El cielo de la Alhambra

Contemplar la Alhambra es un puro deleite. Y aunque el Mirador de San Nicolás haya adquirido renombre y fama mundial, y sin devaluar un ápice la imagen de la Alhambra que se abarca desde allí, yo prefiero contemplarla desde el paseo de los Tristes.
Cuentan los granaínos e incluso algunos visitantes que transitar por el Darro y Padre Manjón es una invitación a la melancolía. Dicen que al caer el sol se desploma la tarde y algunas personas sienten una pesada carga sobre sus espaldas y una tristeza infinita. Como si la vida quisiera marcharse por el cauce del río.
Yo no comparto ese pesar. Quizás porque no percibo la melancolía como algo negativo. Supongo que siempre y cuando no te devore. Quizás porque estoy habituado a deambular por calles, callejones, callejuelas, plazas… con la cabeza en infinidad de cosas, sin sustraerme al entorno y tratando de apreciar los detalles que en demasiadas oportunidades dejamos que pasen desapercibidos, puede que incluso imbuido de un aire melancólico.
Hacía demasiado tiempo, y quizás este reconocimiento sea una invitación a esa melancolía, que no contemplaba desde el paseo de los Tristes la Alhambra recortando el cielo. Quizás por eso por primera vez le he hecho una fotografía, como si quisiera atraparla en el móvil, hacer cautiva esa línea del cielo y dejar que viaje conmigo en el bolsillo de mi pantalón. Quizás para expiar una culpa que en realidad no siento, pero de la que sin duda soy responsable, porque es imperdonable renunciar a los inofensivos placeres que están al alcance de nuestra mano o de nuestra mirada.
En cualquier caso, hoy he expiado con creces esa culpa. He subido por el Darro y por Padre Manjón. He recorrido con la mirada el río y he levantado la cabeza buscando el palacio nazarí, más alto que la vegetación, rozando el cielo.
He cruzado la acera para adentrarme en el 1899, una de mis debilidades de la capital granadina. Tiene una enorme terraza, pero a mí me gusta instalarme dentro. Respirar el ambiente de antaño. Empaparme de su solera. Y abrir los postigos de la ventana, para desde allí disfrutar de la vista mientras compartía un frugal almuerzo con mi santa.
Y cuando engullía el último pedazo de una tarta casera de chocolate, apuraba un café solo con hielo y le hacía un guiño a un chupito de licor de hierbas, pensaba que sin duda habrá lugares más hermosos, infinitos paraísos, pero ninguno como los que sentimos propios.