viernes, 12 de octubre de 2012

Degustadores de merengues

Cuando el poeta Manuel Lombardo presentó uno de sus poemarios, no recuerdo si fue “Miserable poesía”, editado en RaRo (2004) por mi amiga Rakel Rodríguez, o el que siguió a éste, afirmó que su poesía no era para degustadores de merengues. De modo que quién acudiera a su obra en busca de merengues, sucedáneos o similares perdía el tiempo.
Como hay de todo, imagino que habrá escritores y escribientes entregados a merengues y bambas de nata e incluso a alguna milhoja, pero supongo que la mayoría está entregada a las letras y alejada del obrador de la pastelería.
Del mismo modo, será inevitable la existencia de lectores ávidos de hallar un merengue que degustar, y que sin duda colma su apetito literario e intelectual. Bien por la carencia de paladar o bien por un limitado conocimiento gastronómico, a pesar de que muchos de ellos se considerarán auténticos gourmets y a otros haya que aclararles que la gastronomía no tiene que ver con las estrellas. Sin embargo, quiero creer también que éstos son minoría.
Un amigo asevera que somos lo que escribimos. Por lo que podríamos asegurar también que somos lo que leemos. Pero no lo creo. Aún admitiendo que hay una parte nuestra, mucha o poca, en lo que escribimos y que una parte de lo que somos es la que nos empuja a una determinada lectura.
Es complejo determinar qué lleva a alguien a escribir y qué escribe, porque salvo aclaración del autor, el folio es un lienzo y las palabras son los óleos cuyo resultado está sujeto a la interpretación de aquellos que contemplan la obra. Y en esa interpretación intervienen gusto, conocimiento, percepción…, que se resumen en un me gusta o no, pasando por un no lo entiendo o un no me dice nada y alcanzando la loa e incluso la excelencia.
Es decir, que podemos admitir que además de los degustadores de merengues existen degustadores de caviar, y que ambos conviven con aquellos habituados a saborear un suflé. Lo que no implica que los autores al crear piensen en los posibles grados de degustación y mucho menos que puedan prever cómo influirán sus letras en un lector y cuál será su interpretación de lo escrito; aunque es innegable que éste siempre estará más cerca del suflé que del caviar o el merengue.
 
De vez en cuando,/ algo asoma debajo de mi lápiz/ que a mí mismo/ me aterra y me sorprende./ Algo escrito por mí,/ y, sin embargo, tan extraño/ que ni yo mismo sé/ de qué alma brota,/ de qué mano procede. Procedencia. “Miserable Poesía”, Manuel Lombardo (2004).

martes, 9 de octubre de 2012

Víctimas de la añoranza

Siempre nos queda algo de lo que fuimos y logramos alcanzar también una parte de lo soñado. Y sin embargo, no sabemos desprendernos de lo que perdimos. Conservamos hendiduras en la piel prendidas de la memoria. Un lastre escasamente visible salvo para rostros de mirada profunda o para estibadores del recuerdo.
El tiempo a golpes de cincel modela la añoranza. Su paso crea la ilusión de la piedra o el bronce donde sólo somos carne y huesos. Y es la melancolía la que permanece como un mecanismo inmutable contra el olvido.
Demasiada carga para un tránsito sin vuelta. No abundan las opciones y se carece de garantías para acertar en la elección. Así que hay quien opta por apretar el gatillo en la ruleta rusa y quien juega a la baja y sin riesgo al par e impar en la ruleta de la vida. Y también testigos mudos, que guiñan un ojo a la vida y con media sonrisa refugian la soledad y la nostalgia tras los hielos de un trago largo e imaginan que al apurarlo se beben esa vida.
Unos y otros son reos del engaño. No necesitan preguntar por las víctimas de la mentira, conscientes de que nadie, ni ellos mismos, están fuera de sus límites. Pero unos, no abandonan la mesa de juego, porque esperan la visita del azar como pago de lo que creen les adeuda la vida. Sin comprender, que esa deuda no puede ser cobrada porque es la parte intangible de los sueños; aquella que nunca se logra alcanzar. Y otros, buscan el fondo del vaso para aligerar la carga; sin importarles saber que al empaparse el peso es mayor.
 

lunes, 8 de octubre de 2012

Membrillos

Abro la puerta. Sopla el aire. Y ese soplido en esta tierra del Sur confirma el cambio de tiempo anunciado. Las hojas se mueven tímidamente en los árboles, amagando con volar pero sin renunciar a ese asidero que le brinda la rama. Y ésta a su vez se cimbrea con el viento, pero tampoco reniega del anclaje que le proporciona el tronco, sujeto por las raíces a la tierra.
Pienso que en algún lugar no lejano otros árboles sujetan en sus ramas un fruto amarillo, que acariciado por el sol testimonia que éste es su tiempo. Efímero como el mismo fruto.
Trato de escuchar al viento, aceptando de antemano que como muchos piensan y pocos dicen cuando sopla silabea palabras que sólo algunos logran descifrar. Pero no oigo más que su débil silbido y apenas alcanzo a interpretar que su despertar traerá tiempo más fresco y quizás agua de lluvia. Cambios que algunos entienden como una perturbación frente a lo que aceptan como el estado natural de las cosas.
El viento es una oportunidad no perdida. Una posibilidad de mudanza. Una invitación a no echar raíces, a abandonar la inmovilidad del tronco fijado a la tierra, a desasirse de anclajes que evitan el vuelo como si fueran cadenas.
Aunque al final no seamos más que un efímero fruto dorado, convencidos de poseer el tiempo porque un día, obviando que éramos membrillos, jugamos a ser el sol.

Imagen: "El membrillero", de Antonio López (1990).

domingo, 7 de octubre de 2012

Futuro gastado

Hay un tiempo gastado que es futuro. Alejado de los sueños. Vedado a planes. Donde apenas encuentra su hueco la esperanza y que impide vislumbrar un horizonte. El problema no es que haya espacio para la incertidumbre es que la suma de incertidumbres genera tal densidad que provoca la asfixia y se convierte en una invitación al abandono.
Ni siquiera la consciencia de estar viviendo ese tiempo sirve ya para dar forma a una coartada con la que enmascarar el día a día. Y sin embargo, esa consciencia no implica pesimismo o derrotismo y mucho menos la rendición. Pero alimenta la duda y abre la puerta al miedo de la mano de la inestabilidad. Y ese miedo y esa inestabilidad si contribuyen a dejar paso expedito al pesimismo.
Vivimos un presente de futuro gastado. Donde se perfila un abismo, a cuyo borde nos sentimos empujados. Percibimos una sombra y la inexorable convicción de que puede cernirse sobre nosotros; de que en un instante la noche se dibuja sin lugar para la aurora y no podemos impedirlo. Y ese instante es hoy, mañana o quizás nunca.
Así que nos agarramos a ese presente de futuro sin gastar. Soñamos con el nunca, pero sin abandonar el territorio de la duda. Y miramos al futuro sin poder evitar no sentir los pies en el suelo.

jueves, 4 de octubre de 2012

La semana del cerebro

Me dice un amigo que estamos en la semana del cerebro. Y la verdad es que no sé cómo tomármelo. Primero, porque no sabía que existe una semana del cerebro, y segundo, porque ignoro su significado y por tanto, en qué clave debo interpretarla.
Puede ser una semana dedicada al cerebro con una finalidad divulgativa, desde el ámbito de la ciencia o la salud. Pero la verdad es que aún siendo así, es claro que cuando hablamos de una semana del cerebro lo hacemos con un doble sentido, en el que damos cabida a cerebritos, descerebrados y cualquier ejemplar digno de engrosar la galería de los horrores.
Hablamos por tanto de una extensa lista con sus categorías y subcategorías, donde figuran por derecho propio los que faltaron a clase el día que repartieron cerebros, los cabezas huecas, carentes de cerebro desde el mismo instante de su nacimiento, puede que incluso antes, o aquellos que se pasean con un buen relleno de masa cerebral y un evidente déficit de materia gris. Y por supuesto, aquellos que viniendo de serie con el set completo se niegan a utilizarlo o hacen de él un mal uso, originando los correspondientes y eufemísticos daños colaterales a su alrededor.
Pero puede que esto de la semana del cerebro sea una última oportunidad, al estilo de una semana fantástica de grandes almacenes, durante la cuál pueda adquirirse un cerebro, incluso un 2 x 1 para guardar como repuesto ante calamidades futuras o para compartir con seres queridos y allegados tan escasos o carentes de cerebro como los adquirentes.
Ante la duda sobre la clave para interpretar esta semanita y dado el ejemplo brindado a diario por nuestros próceres y que nadie cuestiona la existencia y el uso del cerebro en los gatos me abstendré de festejar la efeméride, salvo para la chanza entre colegas. Y por supuesto, en mi deambular evitaré frecuentar durante estos días los establecimientos donde pudieran despachar cerebros, ya sea en oferta, de segunda mano o de contrastada calidad. Prefiero esperar a los avances de la inteligencia artificial, aunque me temo que como no aprendemos, ¿por falta de cerebro?, habrá más de un voluntario para implantarse una tontuna artificial junto a la natural.

Imagen: "Retrato de Picasso", de Salvador Dalí (1947).

miércoles, 3 de octubre de 2012

Picaresca

La crisis deja al descubierto las miserias. Las económicas y las humanas. Y desgraciadamente y salvo excepciones vamos sobrados de ambas. En un país en el que no se lee proliferan los bachilleres y licenciados en la escuela de la vida, que no tienen reparos para acudir a la literatura y recuperar la figura del pícaro (desde el anónimo Lazarillo al Buscón de Quevedo, con una leve estancia en los cervantinos Rinconete y Cortadillo) para justificar el pillaje.
Se aplaude a quien, tirando de castizo, se lo lleva crudo y se le jalea a la puerta de un juzgado en plaza pública, A la par que se hace escarnio de quien no cede a la tentación de llenar la buchaca con lo ajeno y además se gana lo suyo, escaso, de forma honrada y con el sudor de su frente.
Afirmamos y admitimos que somos un país de pícaros, de modo que es picaresca aligerar las arcas públicas para engordar las propias y las de familiares y amigos. Y en caso de ser cogido con las manos en la pasta, se tira de manual para negar la mayor y obviar la menor, se proclama la inocencia ante el primero que pase y en el hipotético supuesto de que no prescriba el delito por la demora de la cosa judicial y acabe uno con los huesos en el trullo, se pena entre rejas con paciencia de santo bíblico y no se devuelve un céntimo de lo sustraído.
Si el trincón es señoría se escuda sin sonrojo en su condición de aforado y si fuera menester su partido le hace hueco de nuevo en la lista electoral para vender la especie de que el respaldo de los votos es sinónimo de inocencia. Si es de otro partido, se le atiza sin piedad, pero si es del propio se atribuye el delito, cuando ya no hay manera de disimularlo, a cuatro sinvergüenzas y se evita mirar a lo más alto; borrando del diccionario el verbo dimitir.
Políticos, folclóricas, banqueros, futbolistas, músicos y artistas, curas, jueces, abogados, policías, médicos, deportistas, chóferes y hasta el yerno real no escapan a esa picaresca con que se rebautiza hoy en España a lo que siempre se conoció como robar.
El pícaro era un buscavidas y estos de ahora son delincuentes, a los que precede el presunto para que no sea el narrador quien haya de vérselas ante un juez, demandado por poner en entredicho el honor de aquellos que no tuvieron reparos en renunciar a él para incrementar su cuenta corriente.  
¿Picaresca? A las cosas por su nombre. En la lengua de Cervantes: latrocinio.
 

lunes, 1 de octubre de 2012

Memorias imborrables

No hay olvido voluntario, sólo se mitiga el recuerdo. Y éste se construye entre otros materiales con el dolor. Un dolor que no se borra, pero que el paso del tiempo logra suavizar. Así que las cicatrices nunca se curan y aunque en la superficie parezcan cerradas, siempre están expuestas a reabrirse y mostrar la herida o una parte de ella; lo que se esconde bajo la dermis y la epidermis más allá de la propia carne y los huesos.
Afirma el artista José María Sicilia (El País, 11 de septiembre de 2012) que “el dolor produce memorias imborrables”. De modo que si deconstruimos la memoria, en una parte del trayecto, quizás en el origen, hallaremos el dolor.
Aunque es obvio que hay también, quizás por contraposición, una memoria de la felicidad. Recuerdos edificados con momentos felices, fruto del gozo individual o colectivo, que a buen seguro produce también memorias indelebles.
Ignoro si puede medirse por tanto qué da a la memoria la capacidad de perdurar, si el dolor o el gozo, y cuál de ellos influye más en su condición de imborrable. De lo que no tengo duda es que en un alto porcentaje de ocasiones el dolor se produce de forma voluntaria, simplemente con la intención de hacer daño. Cuando además se busca que ese dolor perdure, es decir, que contribuya a construir el recuerdo, es cuando nos alejamos de lo humano para acercarnos a lo monstruoso.
Un amigo dice que no cree en la casualidad y sí en la causalidad. Todo es discutible, pero no parece casual que un 11 de septiembre una información de un periódico, en apariencia “inofensiva” como la exposición de un artista, se titule “El dolor produce memorias imborrables”. Puede que sea resultado del dolor y tenga que ver con las heridas mal cicatrizadas, pero puede ser también la aportación para mantener la perdurabilidad de la memoria.