viernes, 20 de noviembre de 2015

Las islas imaginarias

Todavía hay quien sale a buscar islas imaginarias. Un viejo anhelo de los desencantados con la realidad. Aquellos que sueñan con pisar tierra firme para mitigar el escepticismo al que conducen las preguntas sin respuesta.
La media cáscara de nuez, con un palillo a modo de mástil y un trozo de papel como vela que invita al viento a impulsarla, ha abandonado las manos infantiles para convertirse en un sólido barco que desde el embarcadero de la imaginación parte a navegar por océanos y mares. 
Hoy más que nunca queremos ser como Corto Maltés, incluso ser él, para guiar el timón con mano firme, adivinar la dirección del viento por el dibujo de las olas y alcanzar una de esas islas. 
Es una búsqueda desesperada. El intento de hallar un refugio temporal para resistir el día a día y soportar sin doblegarse cada amanecer. 
Porque al caer la noche, con los pies hundidos en la arena y el sabor de la sal mezclándose en la boca con algún licor, apuraremos la botella que lo contiene y la estrellaremos contra las rocas para evitar la tentación de que aprese las palabras y las lleve al continente real más cercano. 
Consumiremos días y noches en esa búsqueda. Y sí, pisaremos islas de oscuras selvas donde no se halla lo perdido; islas de tierra de fuego que te abrasan las entrañas sin tocar la piel e islas de hielo que necesitan mucho ron para derretirse. 
Cada isla es y será un espejismo. Y aún así nos hace debatirnos entre la duda de construir puentes o quemar el barco. Y esa incertidumbre es la que guía la búsqueda y la dota de una razón de ser.

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