martes, 3 de noviembre de 2015

La rueda de la vida

Hay días..., ¡qué días! Las ruedas parecen cuadradas, incapacitadas para realizar con garantía su función. Y ni siquiera la abstracta rueda de la vida es capaz de girar con sentido. Lo de menos es dónde se pare, lo que quieres es sentirte hipnotizado, envuelto en ese giro que desearías inacabable. Como el tiovivo de la infancia. Aquel en el que subido a lomos de un caballo de colores creías que acabaría por rebelarse contra esa noria infinita; saltar, escapar, galopar fuera del círculo y dejar atrás aquella melodía solo imaginable en los territorios de la infancia. Hoy el caballo de colores sigue atrapado en aquel círculo, pero al menos aquella música de feria se ha convertido en un rock & roll y por momentos, el único caballo en que cabalgas está en el morro de un Mustang, cuyas ruedas giran y giran sobre el asfalto.
Igual que tu cabeza. Gira y gira. Y gritas. Twist and shout. ¡Malditos bastardos! Y recuerdas que ese fue el grito de guerra durante una época del amigo Víctor “Rifeño”, por su pasión por el cine y como homenaje a Tarantino, y porque era la mejor forma de definición políticamente correcta de los que están situados en el vértice de la pirámide y parecen destinados a jodernos la existencia. 
Malditos. Podéis danzar, pero nunca podréis caminar por los suburbios donde se almacenan los pensamientos perdidos. Allí donde la memoria encuentra un límite y se convierte en el olvido. Entre las mismas sombras donde solo se distingue media faz del Joker y brillan los huesos de los esqueletos mientras giran invitando a esos mismos malditos a la pista de baile. 
Girad, girad. Danzad, malditos, mientras yo muevo mis solitarios pies de gato en busca de otra rueda de la vida. Donde el lienzo no ahogue el grito, donde los callejones repitan el eco de los maullidos y no suene el galope de aquel caballo de tiovivo que ni siquiera lograba rozar el suelo. 
Yira, yira, cantaba Gardel. Y la rueda no se detiene.

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