
Pobrecitos hay muchos repartidos por el mundo. Y sin embargo, uno de los más grandes o al menos de los que hicieron gala de esa presunta carestía se paseaba por La Villa y Corte. Romántico y de magistral pluma, ignoro su verbo, aunque lo imagino a la altura de esa pluma. Se llamaba Don Mariano José de Larra, conocido también por Andrés Niporesas, Fígaro o El pobrecito hablador.
Hoy no he podido evitar recordarlo. Y tras no demasiadas vueltas he llegado a la conclusión de que la calificación de pobrecito no desmerece y que lo realmente doloroso e intencionado es el complemento. Sin duda, su uso tiene como objeto zaherir, hacer chanza de aquel al que va dirigido; lo que no impide que en ocasiones a la par que veja a éste retrata al que alardea de verbo.
Ese retrato, que más que pintura bien pudiera ser una instantánea, recibe los parabienes o las críticas de seguidores y detractores. De modo que entre flores y venablos envenenados se corre el riesgo de distorsionar la imagen y perder la perspectiva.
Ha ocurrido, testimonialmente, con el Nobel concedido a Mario Vargas Llosa, cuando sus detractores perdían la perspectiva para olvidar el carácter literario del galardón otorgado y dejando a un lado su indiscutible calidad literaria lo creían desmerecedor del mismo por cuestiones ajenas a la literatura tales como ideas o creencias.
Y ocurre hoy con Arturo Pérez Reverte, que obviamente carece de la calidad literaria de Vargas Llosa y por supuesto de su savoir faire. De igual manera que es conocida su labor periodística, por aquellos que compartieron etapa con él en la televisión pública española y en particular, durante la Guerra del Golfo, cuando sus crónicas eran más propias de una representación teatral que del género periodístico.
Le ha ido bien como periodista y escritor. Y supongo que eso le hacer ir un poco sobrado por la vida y tirar de palabras gruesas para que todo el mundo le entienda y nadie se lleve a equívocos. A fin de cuentas, la literatura y la expresión también son cuestión de estilo. Y él, como anoche en la Red, deja el suyo por donde pasa; ya sean las páginas del dominical, una charla en la web de El Mundo, una visita a Cádiz o una estancia en Méjico. La ha vuelto a armar y no se entiende el revuelo sin una pérdida de esa perspectiva, porque a quién le importa la opinión de Arturo Pérez, si al lado de Larra y Vargas Llosa es un pobrecito.
Hoy no he podido evitar recordarlo. Y tras no demasiadas vueltas he llegado a la conclusión de que la calificación de pobrecito no desmerece y que lo realmente doloroso e intencionado es el complemento. Sin duda, su uso tiene como objeto zaherir, hacer chanza de aquel al que va dirigido; lo que no impide que en ocasiones a la par que veja a éste retrata al que alardea de verbo.
Ese retrato, que más que pintura bien pudiera ser una instantánea, recibe los parabienes o las críticas de seguidores y detractores. De modo que entre flores y venablos envenenados se corre el riesgo de distorsionar la imagen y perder la perspectiva.
Ha ocurrido, testimonialmente, con el Nobel concedido a Mario Vargas Llosa, cuando sus detractores perdían la perspectiva para olvidar el carácter literario del galardón otorgado y dejando a un lado su indiscutible calidad literaria lo creían desmerecedor del mismo por cuestiones ajenas a la literatura tales como ideas o creencias.
Y ocurre hoy con Arturo Pérez Reverte, que obviamente carece de la calidad literaria de Vargas Llosa y por supuesto de su savoir faire. De igual manera que es conocida su labor periodística, por aquellos que compartieron etapa con él en la televisión pública española y en particular, durante la Guerra del Golfo, cuando sus crónicas eran más propias de una representación teatral que del género periodístico.
Le ha ido bien como periodista y escritor. Y supongo que eso le hacer ir un poco sobrado por la vida y tirar de palabras gruesas para que todo el mundo le entienda y nadie se lleve a equívocos. A fin de cuentas, la literatura y la expresión también son cuestión de estilo. Y él, como anoche en la Red, deja el suyo por donde pasa; ya sean las páginas del dominical, una charla en la web de El Mundo, una visita a Cádiz o una estancia en Méjico. La ha vuelto a armar y no se entiende el revuelo sin una pérdida de esa perspectiva, porque a quién le importa la opinión de Arturo Pérez, si al lado de Larra y Vargas Llosa es un pobrecito.
Foto: Pérez Reverte, en los Balcanes, en su época de corresponsal en TVE. Tomada de www.icorso.com/hemeroteca/tve.htm.