Se puede reconocer o no, pero no conozco a quien no tenga cicatrices en el corazón. Y eso es una evidencia de haber perdido al menos una vez y de que esa pérdida dejó una huella más profunda de la deseada. Pero también es la prueba irrebatible de haber vivido y de estar vivo.
Las cicatrices son testigos de heridas del pasado; algunas clausuradas, pero otras, frágiles líneas dibujadas en la piel expuestas a abrirse con la mera evocación de ese pasado o con un presente marcado por las reminiscencias.
Y el corazón es una caprichosa caja. Un cofre de incierto fondo, que lo mismo alberga los restos del naufragio que la esperanza del náufrago.
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