domingo, 21 de diciembre de 2014

El sombrero

El sitio natural donde debe ubicarse un sombrero es la cabeza. Fuera de ella se convierte en un problema. La falta de hábito en su uso hace de él en las manos un objeto incómodo. Así que la tendencia es cogerlo igual que se sostiene en el cine, en fotografīas o en algún lienzo de antaño. De modo que lo que debía ser natural,  se presenta como lo contrario.
Fuera de la cabeza no halla el sombrero acomodo, salvo en el antiguo perchero de mi casa, preparado en su parte superior para acoger sombreros, gorras... y si me aprietan hasta cascos.
Con la excepción lógica, por obvia, de su encierro en una sombrerera, está el sombrero fuera de sitio la mayor parte del tiempo. En percheros de árbol, de los que al menor contacto o corriente de aire tiende a escapar volando. En muebles, cuya superficie ocupa hasta que es desplazado para que otro objeto ocupe su lugar. En rodillas, propias o ajenas, que abandonará para rodar por los suelos. En barras de bar, expuesto siempre a ser regado. En camas y sillas, donde su final anunciado es ser aplastado. Incluso en otras cabezas, donde le espera el baile o la deformación por el exceso o la carestía de perímetro.
No espera, de no ser que medie sorpresa, lugar adecuado para su reposo. Ni en vivienda extraña, ni en establecimiento nuevo o frecuentado. Cuando abandona la testa, se le condena a estar desnaturalizado.
Es evidente que su retorno responde a asuntos de moda y mercadeo más que a cuestiones prácticas; pero sorprende la poca vista o corta imaginación de quienes apostando por cubrir el mayor número de cabezas han dejado el interior de la suya al descubierto por su falta de previsión. Y han propiciado que el sombrero lejos de la cabeza se convierta en estorbo y objeto de difícil, por no decir imposible, ubicación.

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