Tuve una amiga que vivió una temporada en África, creo que era en Kenia, y afirmaba que no había atardeceres y amaneceres como los de allá, con la sabana al fondo.
Nunca discutiría a alguien un amanecer. Depende de los sueños con los que logras despertar, de quién amanezca junto a tí y de si esperas algo del día o te basta el momento. Pero un atardecer..., yo diría que no hay un atardecer como el de La Habana, con El Malecón a ras del suelo y el sol pintando agua y cielo de tonos anaranjados invitando a la noche para oscurecerlos a ambos.
El Sábado de Gloria (hay muchas formas y ocasiones de alcanzar la gloria) me ha devuelto esos atardeceres habaneros, con el Riviera recortando el cielo en una esquina del Malecón. Un almuerzo en casa de unos amigos se prolongó con una sobremesa de cine y un viaje desde el sofá a La Habana y Nueva York, por cortesía y talento de Fernando Trueba, Javier Mariscal y Bebo Valdés y su impagable Chico&Rita.
Para algunos no será más que una historia de amor entre dos personajes de dibujos animados (eso sí, cargada de sensualidad y emotividad). Pero es mucho más, una historia de amor a la música, a La Habana y Nueva York (azúcar y manteca, brother), a una época e incluso a una forma de hacer cine, que aúna maestría y honestidad.
Tal vez tanto amor exija demasiado corazón. O quizás el peso de los recuerdos exceda la carga que podamos soportar y convierta en real un atardecer que abandonó el papel para hallar refugio en la pantalla. Y aún así, seguiría convencido de que no hay un atardecer como el habanero y de que ese atardecer en La Habana, con el mar rompiendo en El Malecón y el sol pintando cielo y agua de tonos anaranjados, es una invitación a amanecer.
Imagen: Póster de la película (http://chicoandrita.com/wallpapers.html).
Para algunos no será más que una historia de amor entre dos personajes de dibujos animados (eso sí, cargada de sensualidad y emotividad). Pero es mucho más, una historia de amor a la música, a La Habana y Nueva York (azúcar y manteca, brother), a una época e incluso a una forma de hacer cine, que aúna maestría y honestidad.
Tal vez tanto amor exija demasiado corazón. O quizás el peso de los recuerdos exceda la carga que podamos soportar y convierta en real un atardecer que abandonó el papel para hallar refugio en la pantalla. Y aún así, seguiría convencido de que no hay un atardecer como el habanero y de que ese atardecer en La Habana, con el mar rompiendo en El Malecón y el sol pintando cielo y agua de tonos anaranjados, es una invitación a amanecer.
Imagen: Póster de la película (http://chicoandrita.com/wallpapers.html).
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