martes, 6 de abril de 2010

La primera vez

Las cosas surgen cuando menos las esperas. En ocasiones, cuando ni siquiera las buscas. Ignoro si vienen porque han de venir o sencillamente porque en ese momento surge algo y como la semilla, florece. Como dice mi duende del agua, como “una margarita podía florecer entre las grietas grises juntas del embaldosado de las aceras”.
Como un juego, tú para animarme en un momento bajo y yo por un impulso, nos pusimos manos a la obra casi sin proponérnoslo. A cuatro manos y dos cabezas parimos un relato.
Admito sin pudor que ha sido mi primera vez. Nunca antes, al menos no lo recuerdo y seguro que estas cosas no se olvidan, escribí un relato con dos pares de manos y un par de cocorotas. E intuyo, porque no lo hemos hablado, que también ha sido tu primera vez.
Y esta primera vez no está rodeada de mito alguno, de éxito o de frustración. Alentamos las caricias del papel y los besos de tinta, y lejos de ser precavidos, sin renunciar al placer, concebimos nuestra criatura.
Casi sin querer, como sin darnos cuenta, hemos construido una vía de palabras. De Norte a Sur y de Sur a Norte. Partimos del kilómetro cero sin metas, con la maleta cargada de vivencias e imaginación y con la pantalla en blanco del ordenador. Y a partir de ahí, paso a paso, construimos esa vía que bien ha podido ser de varias calzadas o hasta una autopista, pero que tan sólo es una senda con un principio y un final; un camino de ida y vuelta para recorrer con pausa.

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