sábado, 3 de abril de 2010

De cepas

Cuando nacieron mis peques mi padre me dijo que eran de buena cepa. Conociéndole estoy seguro de que lo decía por él, aunque yo por la parte que pueda tocarme no lo negaré. Tan sólo espero que con el paso del tiempo esa cepa no se tuerza y de buenos sarmientos. Algo difícil de aventurar a tenor de lo que observo en otras cepas. No es que se hayan torcido, es que se han retorcido hasta lo inimaginable.
Cada uno ve lo que quiere ver. Of course. Pero en la observación se mezclan la cepa torcida y la mala cepa por naturaleza, restando significado a la semilla y poniendo el acento en su crecimiento, expuesto a parásitos, filoxera o cualquier contaminación externa que de no ser atajada acabará con la planta.
Llegados a ese punto, poco importa la naturaleza del mal, si es innato o adquirido, pero si la intención y las consecuencias. Y ahí si observo diferencias entre el maestro y su aprendiz; entre el que hace sangre y aquel que hace sangre y a la par sangra, porque la intención de dañar es manifiesta, pero también lo desmedido de ésta.
Y es esa impericia en la medida de las consecuencias la seña de identidad del aprendiz. Y sin embargo no le exime de responsabilidad, porque esa impericia no rebaja en modo alguno la intención de hacer daño, aunque se vista de ira, celo, furia o despecho o se exhiba la testa coronada.
Pueden existir atenuantes por la incapacidad en el cálculo de las consecuencias, pero no por la mala fe en la actuación. Por lo mismo es conveniente distinguir las cepas y diferenciar el vino del vinagre.

2 comentarios:

  1. La cepa… Carlos, en cuanto vi el título, acudió a mí una vieja historia que leí siendo niña: “La buena tierra” de Pearl S’ Buck. Y con ella, años mas tarde, surgiría la eterna pregunta de por qué, aun siendo hermanos de sangre y educados en el mismo habiente, nos desarrollaríamos diferentes.
    Al contrario que mis hermanos, no me paré a ocultar las sabanas ensangrentadas del humilde lecho en el que me parieron, pero sí disfracé esa cualidad inherente nacida en mí de saberme diferente, que a saber por qué, me señaló como un ser extremadamente débil, incapaz de sobrevivir en el mundo que me había tocado tocar.
    La niña torpe e insegura se refugiaba tras las páginas de cualquier libro ante el desespero de sus padres, que la veían, o eso creía, languidecer entre quimeras absurdas. Pero yo me sentía protegida por los duendes y hadas que poblaban aquellos cuentos, al margen y segura de toda vanidad.
    ¡Vanidad! Sin duda fue demasiado tardío mi despertar.
    Pero para entonces no se me escapaba que de una buena cosecha de uva surgían tanto un gran vino como el buen vinagre; y que en cualquier caso, del peor bagazo de aquellos se extraían aromáticos e inmejorables aguardientes.
    La naturaleza era así de incongruente: lo que no valía para una cosa, era esencial para otra.
    Una margarita podía florecer entre las grietas grises juntas del embaldosado de las aceras de cualquier ciudad sin ningún tipo de cuidados. La misma semilla plantada en una maceta y provista de los más esmerados cuidados podría sucumbir al primer rayo de luz.
    Quizás, al fin y al cabo, todo era demasiado sencillo y la explicación radicaba en las ansias o ganas de que algo o alguien, tuviera de vivir...
    La vida, como en cualquier ecuación matemática, está llena de infinitas incógnitas y variables, y pararse a descifrarlas no es más que un juego que hay que ganar. Perder el tiempo hasta que congruentes descubrimos con el tiempo las ganas se nos desdibujaran o lo que es pero, el alzhéimer se impone y entonces nos da ya todo igual. Claro que aun hay quien hasta con un pie en la tumba se resiste y más que en criar malvas piensa en linajes y estirpes… como si su semilla solamente dependiera de la buena tierra.

    Esto… ¿demasiado extensa?, o ¿Demasiado errada? Tu mismo…
    Bicos. siempre

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  2. Eauphelia, ni extensa, ni errada, diría que inspirada. Seguro que las hadas y los duendes te protegieron hasta que te convertiste en uno de ellos. Un beso.

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