jueves, 8 de abril de 2010

Una dimisión

Dicen que una dimisión es un acto de responsabilidad, aunque también podría ser un acto de desesperación o de cobardía. Y puede darse una dimisión por manifiesta irresponsabilidad (no me refiero a la dimisión en sí misma, sino como causa de ella).
Eso y no otra cosa, irresponsabilidad, es no enfrentarse a los hechos, no aceptarlos y no asumirlos y reconocerlos. Y por lo tanto, evitar cualquier actuación del tipo que sea que suponga aceptar las consecuencias de los hechos y en la medida de lo posible atemperarlas.
Enfrentarse a los hechos implica inexorablemente tomar decisiones. Es decir, lo contrario a aplicar la fórmula de dejar pasar el tiempo y no actuar como receta universal para lograr objetivos. Y la toma de decisiones en estructuras piramidales, donde las jerarquías son nítidas, se sitúa en el vértice de la pirámide.
En esa cima se ha de tener la consciencia de que algunas decisiones generan descontento al tomarlas y ejecutarlas, pero la responsabilidad las hace ineludibles. Porque no tomar decisiones genera también descontento y muestra la incapacidad y la falta de arrojo del vértice de la pirámide; sea individual o colectivo.
La dimisión es también una decisión. Personal, salvo cuando es un cese disfrazado de dimisión o lo que es lo mismo, cuando son otros los encargados de tomar la decisión. Cuando no se dan explicaciones y se da la demora o la ausencia de decisiones sólo queda la dimisión; por voluntad propia o por la de otros. Y no por dignidad o por convicción, sino por higiene.

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