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viernes, 10 de julio de 2009

La trompeta de Jerry


A veces la vida te tiene guardada una sonrisa. Y de la forma más inesperada te la ofrece. De modo que esa sonrisa por sorpresa te produce un gozo y una satisfacción desmesurada. Cercana a la euforia.
Algo parecido me ocurrió ayer. En la ciudad en la que habito, durante estos días hay programado un festival de jazz, con el nombre de Jazz entre Olivos, que ha traído por estas tierras del Sur a jazzistas como Chano Domínguez, Spyro Gyra, D’3 Pardo, Posé y Roper, Nono García&Tito Alcedo, Kike Perdomo, Orange Groove y el bluesman John Mayall.
En la edición de este año, la undécima, los organizadores han tenido la maravillosa ocurrencia de celebrar las actuaciones en lugares emblemáticos de la ciudad, de modo que han fusionado el jazz con calles, plazas, patios, jardines, parques… Por motivos diversos no había acudido a las primeras actuaciones y la de ayer, de un bailaor flamenco, Juan de Juan, no me llamaba la atención.
En esas estaba cuando un amigo nos comentó a otro amigo y a mí que con el bailaor actuaba Jerry González. No dábamos crédito, porque nadie había informado sobre la participación del trompetista portorriqueño venido, vía Trueba y Chano Domínguez, desde el Bronx a Madrid. Y vaya que venía. Lo confirmamos y descubrimos que además llegaba bien acompañado del percusionista Israel Suárez “Piraña”, de Antonio Serrano y su armónica y del bajista Alain Pérez, habitual de las actuaciones de Paco de Lucía. Casi ná.
¡Qué decir! Cuando Jerry se pone la trompeta en los labios, ésta se despierta y su voz de metal sube y te lleva con ella a lo más alto en esa subida. Jerry, con su sombrero blanco y sus inseparables vidrios en los ojos, incluso se arrancó con la caja a la percusión, acompañando al “Piraña”. Sublime. Las notas enroscándose en la torre de la Catedral y yo, sin vidrios en los ojos pero con los ojos como platos y una sonrisa regalada.
Decía Trueba que Jerry es el último pirata del Caribe; por eso no de es de extrañar que tras abandonar la Fort Apache Band y el Bronx e instalarse en el Foro se uniera a los Piratas del Flamenco. Y ya ven sin abandonar a su también inseparable Thelonius, sigue bebiendo del bebop y de los ritmos afros, a los que ha sumado ahora el flamenco. Sólo o en compañía del “Piraña”, de “Cigala”, de Bebo, de Calamaro y de la mano de Trueba y Limón. ¡Manteca!
Y como tengo dos piratas en casa y algo de gato, para allá regresé, deambulando por el callejón, sintiendo aún la voz y el soplo de Trump y Jerry, y exhibiendo una sonrisa que, sin saberlo, la vida me tenía guardada.

Foto del fotógrafo Francis J. Cano.

miércoles, 15 de abril de 2009

Suspiros de España

Suspiro. Mi santa dice que suspiro. Suspiro de día y de noche, como preso de melancolía. Y yo no se si suspiro o resoplo. La Zarzamora llora que llora por los rincones, y yo suspiro.
Debe ser producto de los nervios o de cierta ansiedad. Como un tic. Una exhalación que inunda de improviso la habitación. Por el día es más llevadero, pero cuando llega la noche sobresalta, como un ronquido.
Supongo que es un síntoma más de la crisis y cualquier avezado experto me diría que es normal en carne de sin empleo, como un sarpullido o una úlcera. Aunque a lo mejor es una afloración cutánea de la España cañí y no tiene relación con las cuentas del Reino ni con las propias.
Cuentan que el pasodoble “Suspiros de España”, del maestro Álvarez Alonso, se convirtió en compañero de exilio de los republicanos que tuvieron que abandonar el país por el triunfo del Glorioso Alzamiento. Por la tristeza y por la nostalgia. Esa misma nostalgia que hizo del poeta Cernuda el antiespañol más español, aunque fuera con desgana. Y esa tristeza que te aprieta el sentido y te coge un pellizco en la garganta, por lo menos a mí al escuchar la interpretación de Diego “El Cigala” para la banda sonora de ‘Soldados de Salamina’.
Mi suspiro es más de andar por casa. Me lo tendrán que mirar, pero puedo asegurar que está exento de tristeza y nostalgia. Espero que se vaya como ha venido; pero mientras, si he de escoger entre suspiro y resoplido, me quedo con el suspiro. Ya se que en el callejón es más natural el bufido, pero en el tiempo en que vivimos más vale ir contracorriente que nadar y guardar la ropa. O tal vez no, pero de todos es sabido que al gato le gusta mantenerse lejos del agua.