martes, 8 de septiembre de 2020
La novela de Joaquín ("El imposible lenguaje de la noche")
viernes, 10 de julio de 2009
La trompeta de Jerry

A veces la vida te tiene guardada una sonrisa. Y de la forma más inesperada te la ofrece. De modo que esa sonrisa por sorpresa te produce un gozo y una satisfacción desmesurada. Cercana a la euforia.
Algo parecido me ocurrió ayer. En la ciudad en la que habito, durante estos días hay programado un festival de jazz, con el nombre de Jazz entre Olivos, que ha traído por estas tierras del Sur a jazzistas como Chano Domínguez, Spyro Gyra, D’3 Pardo, Posé y Roper, Nono García&Tito Alcedo, Kike Perdomo, Orange Groove y el bluesman John Mayall.
En la edición de este año, la undécima, los organizadores han tenido la maravillosa ocurrencia de celebrar las actuaciones en lugares emblemáticos de la ciudad, de modo que han fusionado el jazz con calles, plazas, patios, jardines, parques… Por motivos diversos no había acudido a las primeras actuaciones y la de ayer, de un bailaor flamenco, Juan de Juan, no me llamaba la atención.
En esas estaba cuando un amigo nos comentó a otro amigo y a mí que con el bailaor actuaba Jerry González. No dábamos crédito, porque nadie había informado sobre la participación del trompetista portorriqueño venido, vía Trueba y Chano Domínguez, desde el Bronx a Madrid. Y vaya que venía. Lo confirmamos y descubrimos que además llegaba bien acompañado del percusionista Israel Suárez “Piraña”, de Antonio Serrano y su armónica y del bajista Alain Pérez, habitual de las actuaciones de Paco de Lucía. Casi ná.
¡Qué decir! Cuando Jerry se pone la trompeta en los labios, ésta se despierta y su voz de metal sube y te lleva con ella a lo más alto en esa subida. Jerry, con su sombrero blanco y sus inseparables vidrios en los ojos, incluso se arrancó con la caja a la percusión, acompañando al “Piraña”. Sublime. Las notas enroscándose en la torre de la Catedral y yo, sin vidrios en los ojos pero con los ojos como platos y una sonrisa regalada.
Decía Trueba que Jerry es el último pirata del Caribe; por eso no de es de extrañar que tras abandonar la Fort Apache Band y el Bronx e instalarse en el Foro se uniera a los Piratas del Flamenco. Y ya ven sin abandonar a su también inseparable Thelonius, sigue bebiendo del bebop y de los ritmos afros, a los que ha sumado ahora el flamenco. Sólo o en compañía del “Piraña”, de “Cigala”, de Bebo, de Calamaro y de la mano de Trueba y Limón. ¡Manteca!
Y como tengo dos piratas en casa y algo de gato, para allá regresé, deambulando por el callejón, sintiendo aún la voz y el soplo de Trump y Jerry, y exhibiendo una sonrisa que, sin saberlo, la vida me tenía guardada.
Foto del fotógrafo Francis J. Cano.
domingo, 28 de junio de 2009
Larga vida al Johnny
Asistí a algún concierto en el Colegio Mayor Universitario San Juan Evangelista de Madrid. No a demasiados, es cierto. Era un colegio mayor diferente, casi un lugar de culto. Jazz y flamenco eran las estrellas del Johnny en una época en la que el pop y el rock made in Spain de la llamada Movida se llevaban el gato al agua. Allí tocaron los grandes y entre algunos de aquellos conciertos recuerdo el de Stéphane Grappelli, una auténtica sorpresa, un tipo que hacía buen jazz con un violín.
El Johnny era un templo de la música en aquel Madrid de los 80, aunque su existencia se remontaba una decada atrás. Más comedido y contenido que otros lugares sacrosantos como Rock-Ola. Pero, un templo de la música. Por eso me satisface que perviva, pese a los aires que soplan desde hace algunos años por esa ciudad. Y me gusta que se mantenga como un centro de cultura, porque siempre ha sido un espacio para la cultura. Una luz para los estudiantes de la Complutense y aledaños y para cualquier persona que gustara de una actuación en directo, en un ambiente único. El sonido era discutible, pero la atmósfera que se creaba allí, sólo la habíamos visto en el cine; en la recreación de los garitos norteamericanos y franceses. Sólo que el Johnny no era un garito y eso le daba más autenticidad y sus propias señas de identidad.
La indiferencia viene provocada por el paso del tiempo. Hay muchos garitos, muchos lugares en Madrid que en su día ocupaban un trozo importante de nuestras vidas y que hoy han desaparecido. Del mismo modo que hay garitos y lugares a los que nunca hemos vuelto. Supongo que por diversos y variados motivos: los recuerdos, la edad, las ausencias… Ignoro si alguna vez volveré al Johnny. En esta vida todo es posible. Pero ya no será el mismo templo de antaño, ni la ciudad será la misma, ni yo tendré 20 años. Todo ha cambiado.
Aún así, larga vida al Johnny.
Fotografía descargada de la página web de la ASOCIACIÓN DE EXCOLEGIALES CMUSANJUAN, www.excolegialescmusanjuan.com.