lunes, 14 de mayo de 2018

Armarios

Hay algo desolador en abrir los armarios y contemplar ropa de otro tiempo. Prendas que ya no sirven a los cuerpos para los que fueron adquiridas y que sin embargo guardan la huella de esos mismos cuerpos. 
Es el testimonio de un ayer que nunca acaba de irse, pero que tampoco regresará. 
Contemplo una hilera de pequeñas perchas con varias prendas de abrigo. Vuelvo la vista atrás. Recuerdo cuando se compraron. Las azules, las rojas…, a alguna de ellas no la llenaba el cuerpo o le sobraba hechuras; o ambas cosas. 
Veo algunos pares de pantalones. Esos que un día eran largos. Los mismos a los que había que ajustarles la cintura con aquella goma elástica que tanto costaba abrochar al botón. Hoy los miro y me provocan una mezcla de risa y nostalgia. 
Hay algunas camisas mías. Deben llevar mucho tiempo allí colgadas. Si intentara ponérmelas y casar cada botón con su ojal podría darse la paradoja de convertirme a la par en víctima y estrangulador. Este cuello ya no es aquel. Y el abdomen tampoco es el mismo. Podría decir que han encogido o que ahora me gusta llevarlas más anchas. 
Y también está aquel chubasquero naranja que en su día parecía atrevido y hoy se muestra muy discreto. Y la trinchera beige, al más puro estilo Bogart y que me sigue estando tan grande como la primera vez. A ella no le afectan ni cuello ni abdomen. Apenas la uso, pero no he olvidado como se deslizaban las gotas de lluvia por aquel tejido como encerado. 
Abro otro armario y me encuentro frente a un espejo. Ya no necesito que la ropa me cuente nada. El rostro pertenece al presente. Ahí también soy capaz de reconocer las huellas de lo que fue. No me preocupa. Tampoco me asusta ni me deprime. Me pregunto si al cerrar el armario él se quedará allí como las camisas y el resto de la ropa. Sonrío. Debe ser muy incómodo pasar media vida colgado de una percha.

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