domingo, 27 de mayo de 2018

Trenes

Los trenes llegaron a las vías muertas. Y ya no hubo marcha atrás. Quedaron paralelos los surcos de hierro en la tierra, señalando caminos a ningún lugar. Permanecimos de pie en viejos andenes, mirando al horizonte, esperando a aquella locomotora que ya nunca llegará. 
Suspendidas en el aire, las preguntas pendientes de responder alimentan la ausencia de certezas. Cruzamos las miradas buscando un guiño que tampoco va a llegar. No suman dos soledades, ni siquiera para volver a empezar. 
Una ventana sin cristal esboza un cuadro irreal. No tiene sentido dejar a la mirada perderse. Ni siquiera cuando se oyen pasos de viajeros perdidos en el andén. Sin rumbo y cargados de equipaje, de ese pegado a los huesos e incrustado en la memoria que hoy es el ayer. 
A lo lejos parpadean luces de neón, reclamo de salones donde conviven el engaño y el fracaso. Donde la carne es ley mezclada con rimmel y carmín. Donde no hay forma de sobrevivir al naufragio y cada día es una sentencia sin más. 
Afuera la vida suena, con el compás cambiado y el riff de una guitarra con cuerdas rotas que una vez vivió en las manos de una estrella del rock y hoy enmudece lánguidamente hacia una afonía sin remedio. 
Entre murmullos se oye el golpe seco de una maleta al caer y al abrirse muestra el bagaje de los nómadas, el resumen de una vida que no ocupa más que un agujero en la arena. 
Nadie dijo que el viaje mereciera la pena. El error fue creer que el punto de destino era mejor que el de partida. Y en ese tránsito se tiene todo y nada, se gana y se pierde con dados y cartas trucadas y se sueña con el azar como elemento corrector. 
Escuchamos un ruido en la distancia y deseamos que sea el del traqueteo del vagón o simplemente aquella llamada de ¡viajeros al tren! No es más que una alucinación, ya solo el viento pule los raíles y hace volar el polvo que testifica el paso del tiempo. 
Es la última parada. Y no hay vuelta atrás. 

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